Empezamos agosto, el mes que debe confirmar si ésta es ‘la madre de todas las temporadas’. Llevamos meses viendo cómo va cayendo récord tras récord. No se resiste ni uno. La cifra más fidedigna: la cantidad de pasajeros, el número de personas que pone sus pies en las Pitiüses.

En el plano subjetivo, hay un rudimentario método para verificarlo. Solo hay que coger el coche y darse una vuelta (o dos, o tres, o más) y buscar aparcamiento libre. La duración de los trayectos en carretera, más largos, y no porque se hayan asfaltado más kilómetros, también es un buen indicador de la presión demográfica que bulle en Eivissa y Formentera durante la época estival.

Sí, está viniendo mucha más gente, lo que en principio debe alegrar, como mínimo, la economía de muchas personas.

Sin embargo, hay algunas que no lo perciben así. Muchos comerciantes explican que «antes los turistas consumían, iban a restaurantes, y ahora solo los ves llevando las bolsas del súper». Se lo he oído a un buen número de pequeños empresarios de varios municipios de Eivissa.

Los hoteleros no experimentan crecimiento. Los mismos hoteles alojan a un número de visitantes similar al de otros años. El resto, se ve empujado a la oferta irregular o ilegal.

Un paseo nocturno por la puesta de sol más famosa de Europa parece confirmarlo: sin problemas para encontrar mesa en casi cualquier local, por fama que atesore, cuando hace unos pocos años nadie podía asegurar de qué color era el pavimento, simplemente porque no se veía de gente que había.

A pesar de ello, este año viene más gente, aunque quizás no van a todas partes y ni siquiera a los mismos sitios a los que nos tenían acostumbrados. Signos de cambios, que a unos les pillará a contra pie y a otros barda avall.