Una de las cosas que más me sorprenden en este arranque de legislatura es el odio visceral, y sin disimulo, que profesan algunos dirigentes de izquierdas hacia los símbolos que pueden ser considerados carcas o de derechas, un planteamiento muy erróneo y equivocado. Pongamos el ejemplo de Xelo Huertas, la presidenta del Parlament y dirigente podemita, que lo primero que hizo al entrar en su despacho fue quitar la foto del Rey y el crucifijo. O eso es lo que dijo. Un expresidente del Parlament me comentó hace unos días que nunca ha habido crucifijo, pero queda guay y progre decir que se ha quitado, que se ha metido en un cajón. En Barcelona tenemos como ejemplo a la ultra Ada Colau, que ha quitado el busto del Rey Juan Carlos del salón de plenos para alegría de unos pocos y sorpresa de muchos. Supongo que el Rey emérito seguirá con su periplo por los restaurantes con estrellas Michelin y le importará un pimiento lo que haga Ada Colau, pero supone, evidentemente, una ruptura con el pasado, aunque quizás la alcaldesa debería saber que es presente y parte de nuestra historia más reciente. Y en Eivissa tenemos al alcalde de Vila, Rafel Ruiz, que ha dicho que no irá a los actos religiosos. No soy quién para darle consejos a Ruiz, pero sí conviene recordarle que él está invitado a los actos religiosos como primer responsable político de la ciudad. Estoy convencido de que nuestro obispo, Vicente Juan Segura, perdonará al alcalde que no rece o no comulge, pero un alcalde nos representa a todos y hay actos a los que hay que ir por responsabilidad, por lo que significa para muchos vileros, y porque forma parte de las tradiciones de esta tierra. Y, sobre todo, porque es el alcalde de todos, creyentes y no creyentes.