Viernes por la noche en el aeropuerto de Ibiza. Son las 23.30 horas y es Codolar está a reventar. Un joven decide coger un carrito de las maletas y lo lanza desde las escaleras que acceden al parking. Sus amigos se ríen. Al llegar a la terminal, gritos y risas que se escuchan a muchos metros de distancia. A pocos metros, un coche con turistas decide aparcar en la zona reservada para los carritos de las maletas. Un empleado del aeropuerto les avisa de que llamará a la policía si no retiran el vehículo. Los turistas increpan al trabajador y le ignoran. Los pasajeros que pasean por la terminal, los que salen del parking y los que esperan un taxi ni se inmutan. Les parece todo muy normal. A ellos no les sorprende nada. Estamos en Ibiza, piensan. O sea, que mientras están en territorio ibicenco todo está permitido. Las motos pueden adelantar por la derecha (algo habitual en esta isla), los coches pueden girar sin intermitente, se puede aparcar en doble fila y dejar el vehículo durante un buen rato y, por supuesto, hay que molestar al resto de mortales con mucho ruido. Ésta es la imagen que debe cambiar, la de una Ibiza donde está permitido todo y donde no hay ni orden ni control. Esta imagen de Ibiza, la que no interesa vender, es la que hubiese promocionado el reality que pretendía grabar MTV, la de una isla que en ocasiones parece que no tiene normas ni reglas de convivencia. Afortunadamente, y una vez más, la sociedad ibicenca ha reaccionado como tocaba. Desde el primer momento políticos y empresarios tuvieron claro que Ibiza Shore era un paso más en el objetivo de vender la imagen de una isla de excesos. Y es una pena que algunas empresas solo reaccionaron cuando se les amenazó con inspecciones. A pesar de ellos, de los que solo miran su cuenta de resultados, un nuevo éxito de la sociedad ibicenca.