Todavía guardo alguno de los pins con la cara de los jugadores del histórico Ibiza que regalaba (o vendía) uno de los dos periódicos –no recuerdo cuál– que a principios de los años noventa se publicaban en la isla. También recuerdo –aunque de esto sólo vagamente– cómo mi padre me llevaba a ver algún partido en el campo de la calle Canarias. Durante muchos años, en las paredes de los bares de la ciudad colgaba una foto de la plantilla de aquel mítico equipo que consiguió subir a Segunda B y llenaba cada fin de semana el estadio de Can Misses. Entonces, en el patio del colegio, todos los niños queríamos ser Ormaechea y meter goles de dos en dos en el recreo. La moda de los jugadores mediáticos, con novias exuberantes, tatuajes horribles y peinados modernos todavía no se había instalado en nuestra sociedad. Era una época en la que toda la isla estaba entusiasmada con un equipo que desapareció por las fechorías de su máximo dirigente. Una historia que hace casi una década volvió a repetirse con un club que quiso reverdecer laureles y lo único que consiguió fue volver a destrozar las ilusiones de muchos aficionados al fútbol de la isla.
Ahora, la figura de Amadeo Salvo es la que vuelve a entusiasmar a unos cuantos soñadores (entre los que me incluyo) a los que les encantaría que un equipo de su tierra llegara a lo más alto (o casi) del fútbol español. No lo tendrá nada fácil el empresario valenciano, pero es de agradecer que alguien quiera jugarse su patrimonio para poner en marcha un proyecto a largo plazo y de dudoso porvenir. Tampoco estaría nada mal que los emprendedores locales aficionados al deporte rey, si les dejan, se implicaran en esta empresa.