Todavía no he conocido a ningún ibicenco que no esté enamorado de su isla y la defienda a muerte cada vez que hablan mal de ella. Los que hemos nacido aquí y los que han venido a ganarse la vida a este rinconcito del planeta amamos a Eivissa sobre todas las cosas. Y a Formentera también. Nos duele que critiquen lo feo que es el West de Sant Antoni, que digan que Platja d’en Bossa es cutre, que el ensanche de Vila no tiene ni pies ni cabeza o que sólo hay discotecas en la isla. Y nos afecta porque sabemos que, desgraciadamente, estas críticas tienen algo de razón (o mucha) y porque en el fondo no queremos admitir que la isla no es el paraíso que tenemos en nuestras cabezas.

Pero lo peor de todo es que cada vez parece más claro que esta situación no va a mejorar mientras nuestros representantes sólo tengan en el horizonte los próximos cuatro años, hasta que se celebren las siguientes elecciones. En Eivissa siempre hemos ido a salto de mata, adaptándonos a las situaciones del momento, pero creo que nunca hemos tenido claro qué rumbo seguir. ¿Sabemos qué isla queremos a medio y largo plazo? ¿Estamos yendo por el camino correcto? ¿Alguien tiene un plan?

Por el momento, Eivissa sigue siendo uno de los destinos preferidos por los turistas, que encuentran en nuestra isla sensaciones que no ofrecen otros lugares del mundo. Una situación que no tiene por qué ser eterna, por lo que entre todos debemos tomar la decisión sobre qué isla queremos tener dentro de diez, quince y veinte años y trabajar para conseguirla. No será fácil, pero si no lo intentamos nos podríamos arrepentir.