Esto de la guerra entre mundos opuestos ya viene de lejos. La inventó la humanidad hace, digamos, que desde que tuvo la desdicha de ponerse en pie, liarse a caminar y expandirse por todos los confines de nuestro planeta, y por supuesto, reproducirse como no lo haría ni el mejor de los virus, que cansado de soportar tanto peso demográfico, intenta a las duras y a las maduras, mermar dicha población de bacterias altamente virulentas y nocivas, principalmente para sí mismas, por supuesto sin éxito alguno. Me estoy refiriendo al ser humano; no a los pobres virus que no tienen la culpa de nada, más que la de defenderse y reaccionar a los ataques de su peligroso vecino, que contamina, devasta, arrasa y depreda todos los recursos naturales que le son puestos a su alcance.

Como antes dije, esta guerra fratricida, la inventó la humanidad, pero le puso nombre por primera vez un buen escritor, que por tener nombre tan largo acabó por llamarse H.G.Wells y que publicó en 1898 la susodicha novela bajo el título de La guerra de los mundos. Lo que él no sabía aún, es que La guerra de los mundos iba a ser premonitoria de la que se iba a montar durante todo el siglo XX, en donde la raza humana iba a demostrar de forma fehaciente, que los marcianos invasores de su novela, iban a ser los pitufos, en comparación con las atrocidades llevadas a cabo por los primeros, los mismos que corren como conejos delante de los marcianos en su novela de ficción, pero realmente, capaces de su autopropio exterminio, o dicho en lenguaje digamos un tanto coloquial para que me comprendan y se pongan en situación: «Con tal de joder a un tuerto me saco yo los dos ojos».

¡Si será bicho malo el ser humano éste! Solo tienen que buscar ejemplos en los telediarios, en la prensa, en las revistas y por supuesto en internet -¡ahí, para los que sean aprensivos!-, de lo que está ocurriendo, actualmente en todas y cada una de las fronteras naturales de nuestros admirados países occidentales, en donde se hacinan a miles, a millones, todos aquellos seres, sin futuro, desprovistos de alma, por aquellos otros seres, que los han convertido en lo que son ahora: apenas seres vivientes. Sin pasado. Sin futuro. Para los menos aprensivos les recomiendo una escapada a las playas de nuestras costas. Vayan también de vacaciones a Italia; pero no vayan al norte. Bajen al sur. Y allí podrán observar las más altas cotas de la miseria humana llevadas hasta el más puro extremo, en donde el ser humano, lucha contra sí mismo desde la otra parte de la valla, pues lo considera como un virus nocivo, aún sabiendo que es de su propia raza.

Y así estamos que no hay mejor dicho, que aquel que dice que la miseria llama a la miseria. Y que la guerra de los mundos no radica en que el peligro pueda venir del exterior. El problema, simplemente es que pueda venir de dentro. Como así está ocurriendo. Y pasa que ni la mejor de las novelas, ni el mejor de los sueños que tuvo su autor, cuando escribió ésta, alcanza ni por asomo a la realidad a la que se está enfrentando el humano, tal y como es. Porque tiene miedo de sí mismo y de enfrentarse a su propia inseguridad. Y ello me hace pensar que tal vez hubiera sido mejor para su propio futuro y para la perpetuación de su propia especie, que jamás hubiera debido erguirse y caminar, visto lo visto.