Hace unos meses decidí que este verano iba a ser diferente, y desde luego que lo está siendo. Cambié el micrófono y la cámara por el volante de un taxi y ha resultado una experiencia apasionante porque cada día es una nueva aventura llena de imprevistos y situaciones inesperadas. A pocos días de terminar este verano sobre el asfalto, en el que mi vida se ha limitado a conducir muchas horas al día, a desempolvar mi inglés y a tratar con gente de lo más variopinta llegada de todos los rincones del mundo, empiezo a sacar conclusiones (y también a pensar en las nunca tan ansiadas vacaciones, lo reconozco). Me ha quedado claro que hay dos cosas que no pasan desapercibidas en Ibiza, ni para los residentes, ni para los miles de turistas que nos visitan: el hedor de las depuradoras y los atascos que diariamente se forman en la carretera de Santa Eulalia. Soy de Santa Eulalia y usuaria de esta vía de toda la vida y considero que desde hace tiempo necesita una ampliación. Pero por hache o por be, el caso es que día a día conducir por esta carretera se convierte en una auténtica odisea. No sé la cantidad de veces que durante estos tres meses los clientes me han preguntado por qué no se hace nada para mejorar la circulación en esta concurrida carretera. Y claro, no es fácil responder. Pero después de atravesar el interminable atasco mientras los clientes con cara de circunstancia observan cómo el taxímetro va incrementando el precio y el taxi apenas avanza, llega el momento de pasar por las inmediaciones de la ciudad y percibir el aroma que desprende la depuradora de Ibiza. Es entonces cuando dirección al aeropuerto los clientes en cuestión empiezan a hablar de la mala imagen que este tipo de cosas dan de una isla tan bonita y paradisíaca como la nuestra, y también a cuestionarse si repetir destino en sus próximas vacaciones. Pero aquí no acaban los ‘aromas de Ibiza’, porque este verano, la que se ha llevado la palma ha sido la depuradora de Santa Eulalia, infectando con su olor insoportable las inmediaciones de la carretera de San Carlos y de es Canar y por donde cada vez que pasaba, eran muchos los que se tapaban literalmente la nariz del fuerte hedor que ésta desprende. Una imagen, sin duda, lamentable que me produce tristeza y sobre todo, impotencia. Son problemas que se han convertido en antiguas reivindicaciones ciudadanas y a los que se debería dar una solución urgente. Pero pasan los años, pasan las legislaturas, pasan los políticos de todos los colores y nadie es capaz de coger este toro por los cuernos.