Tenía nombre de auténtico crack. De haber sido futbolista, Oliver Wolf Sacks hubiese sido la manija de su equipo. Habría comandado el once de Inglaterra junto al mítico Bobby Charlton. Con su mente preclara, me lo imagino dibujando pases al hueco inverosímiles, imposibles para cualquier otro.

Oliver Sacks tenía el don de hacer fácil lo difícil, por no decir lo imposible. Afortunadamente, todo su vasto conocimiento lo dedicó a la sociedad de la investigación y, por extensión, a la humanidad. Oliver Sacks, el explorador de la mente, tuvo la enorme virtud de hacer inteligible las enfermedades más extrañas.

El domingo, el cáncer acabó con su vida. La maldita enfermedad nos dejó sin uno de los grandes investigadores del siglo XX y XXI. Se podría decir que fue la única enfermedad con la que no pudo pero, eso sí, le plantó cara en todo momento.

El domingo, viendo el perfil de whatsapps de @Meri_You comprobé la importancia de la mente para ver más allá de lo que tenemos delante de nuestros ojos. En su perfil, mi amiga tenía puesto una imagen de la metáfora del sombrero de El Principito. La imagen de Antoine de Saint Exupéry nos abre los ojos y nos enseña un elefante engullido por una serpiente.

Sacks nos abrió los ojos a las enfermedades más raras con obras como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o Despertares. El domingo, el neurólogo y escritor falleció pero, antes, el escritor y neurólogo tuvo una despedida a su medida con el artículo De mi propia vida y unas frases para la eternidad: «Por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y aventura».

Lo dicho, un verdadero crack.