Después de escudriñar durante minutos el cargador de un viejo Nokia, Samuel centró su mirada sobre la ranura que se abría junto a los sintonizadores del aparato de música del coche de su padrí, un Volkswagen Passat del año 1995. Le expliqué que hubo un antes y un después del smartphone y que la ranura era el sitio donde se introducían los casetes.

Mirando aquella ranura viajé en el tiempo y me acordé de las cintas que ponía mi padre para tranquilizar a las tres fieras que viajábamos en la parte de detrás. Me vino a la cabeza aquel mítico Saben aquell que diu? Así empezaban todas las historias del gran Eugeni Jofra Bafalluy, más conocido como Eugenio. Triunfó en la década de los 80 interpretando sus ‘cuentos’, la palabra chiste no le gustaba. «Sólo me río cuando cobro», solía decir. Hoy en día su show sería impensable porque las actuales leyes le impedirían hacer la pausa para el trago de vodka con zumo de naranjo o la profunda calada a su inseparable Ducados. Eugenio narraba sus chistes con un fuerte acento catalán. Su humor era absurdo y buena parte de su éxito respondía a su semblante serio, reforzado con su vestimenta negra. Una de sus pequeñas obras maestras es la del excursionista que sufre un resbalón cuando caminaba por la montaña y cae por un precipicio. In extremis, se agarra a una rama. Pataleando en el abismo, empieza a gritar: «¿Hay alguien ahí para ayudarme?». Tras unos cuantos gritos, una voz sobrenatural contesta: «Soy tu Creador y vengo a auxiliarte. Abre las manos y déjate caer. No te preocupes. Extenderé mi manto protector y te depositaré con cuidado, sano y salvo en la tierra». Durante unos segundos se hace un silencio, hasta que el excursionista vuelve a gritar: «¿Hay alquién más?». Una situación que hoy podrían vivir muchos catalanes. O en palabras del jefe de Volkswagen: «La hemos cagado».