Corría el viento del 79 en las agitadas listas electorales municipales que por primera vez se daban cita, no solo en nuestra isla, sino en todo el territorio nacional, y andaban inquietos los electores y los candidatos, presos todos ellos, del mismo nerviosismo que pudiera tener cualquier niño al que le hicieran explicar de pie, y junto a su pupitre, una lección cualquiera, elegida al azar por su maestro.

Eran los tiempos en donde se amontonaban los carteles sobre las desnudas paredes de los viejos edificios, sin respeto, miedo ni miramiento alguno. Los unos junto a los otros, en igual formación, ya fueran del partido que fuera o se presentase, y ni que decir tiene, del de las figuras de los candidatos, todos ellos, a lo sumo en dos colores, pues el color como lo vemos ahora, a pesar de haber asomado a nuestras playas hacía algún tiempo; en estos temas parecía comportarse con el mismo pudor que seguía existiendo en las casas de todos los habitantes de la isla, para opinar sobre política, temerosos aún, imagino, de posibles represalias. Todavía recuerdo la presencia del miedo cuando algunos carteles decían: «No votar es votar democracia». ¿Lo recuerdan?

Y aquellos primeros mítines, en donde pequeños grupos de personas se asomaban curiosamente, tímidamente, observando de lejos los gestos de algunos hombres desconocidos, que sobre un pupitre, o simplemente desde el suelo, hacían practicas de político, para ser examinados posteriormente por el pueblo, y en donde pocos aprobaron con nota y el resto, pasaron a la historia del más miserable de los olvidos, pues en eso consiste la política. En ganar o perder, porque el que gana, siempre se lo lleva todo, mientras que el que pierde... Pues así es el Poder.

Fueron buenos años aquellos, los posteriores a las elecciones. Emocionantes. Intrigantes. Pero sobre todo, cargados de simbolismo, de resurgimiento; en donde afloraron inquietudes, debates, y en donde nacieron ideas y nuevos proyectos, y en los que la alternancia política permitió a la sociedad de aquel entonces saborear los distintos platos de la gastronomía del chef de cada lista electoral. Resultaba fácil entenderse y hacerse entender, porque nadie sabía de nada y todos de todo, pues en esto los españoles siempre fuimos los mejores. Pero había que levantar un país y se hizo con sus virtudes y sus defectos. Y no nos fue mal. A pesar de lo que algunos digan, o les interese decir, pues en cierta forma todos nos hemos beneficiado de ello.

Pero todo eso, el viento del 79 se lo llevó consigo. Y hoy ni las ideas han mejorado, ni los proyectos son para un futuro mejor, (salvo para el propio futuro de quienes lo instrumentalizan). Y qué decir tienen las inquietudes de los electores que hoy son ya otras, como las de «Mas» por menos. La fragmentación social es cada vez mayor, y también el número de familias que discuten en la mesa al más puro estilo del 36, que fragmentó un país entero y que nunca se ha recuperado de sus heridas, ni lo hará porque siempre se seguirán descubriendo zanjas llenas de vergüenza y odio. Casi cuarenta años han pasado desde aquel 79, y la sensación es de que nada ha cambiado. El egoísmo es el mismo, los intereses siguen siendo partidistas, la solidaridad ni se concibe... Todo sigue igual. ¿Todo? No. Algo ha cambiado. Ahora los carteles se pegan o se cuelgan en espacios previamente habilitados y consensuados para ello. ¡Qué gran logro con la que se nos viene encima!