Este domingo es un día importante en el que todos nos sentimos emocionados recordando a nuestros seres queridos, de los que tantas cosas y buenos ejemplos hemos recibido y así muchas personas visitan hoy sus tumbas en los distintos cementerios. Es una cosa buena recordar a los difuntos, rezar por ellos y demostrarles nuestro amor que no acaba por el paso del tiempo o la desaparición de su presencia física en esta tierra.

Y recordamos a tanta gente buena que hemos conocido. Por eso a este día le llamamos el Día de todos los Santos, de todos sin excepción, tanto aquellos que han sido canonizados como aquellos que porque no han sido tan conocidos no lo han sido, pero han vivido en la tierra en ayuda a los demás, que han hecho lo que debían. Es el día de la fiesta de todos aquellos que se han salvado porque han llevado una vida digna y coherente y están ahora y para siempre en la Jerusalén celestial.

Como decía San Bernardo, animándonos a celebrar este día: «No seamos perezosos en el imitar a aquellos que hoy celebramos». El Día de Todos los Santos nos puede servir para reflexionar sobre la llamada universal a todos para ser santos.

La primera cosa que hay que tener en cuenta es que si la llamada a la santidad es para todos es porque todos pueden responder a esa llamada, es lo normal que nos correspondería ser si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que es tres veces Santo.

Es un día en el que, sirviendo bien en la tierra a todos, buscando de ayudar y nunca de perjudicar a nadie, hemos de tener también la mirada al cielo, que puede ser nuestra morada: no estamos en la tierra para morir y pudrirse sino para ir caminando hacia el cielo.

Hoy, leyendo en la Misa el pasaje de las Bienaventuranzas se nos dice: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados». Los santos son esos: los que han tenido hambre y sed de justicia, la han buscado y así no han sido personas equivocadas o mediocres sino que han sido personas excelentes. ¡Cuántos de ellos hoy nos vendrán al pensamiento visitando sus tumbas!

Pensando en ellos nos puede venir una pregunta: ¿Qué hacen los santos en el paraíso? La respuesta la podemos encontrar en el Libro del Apocalipsis: son aquellos que adoran, y elevan su voz diciendo: «La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor y el poder la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos».. En ellos, multitud de hombres y mujeres e toda raza, lengua, pueblo y nación, se cumple la verdadera vocación humana.

León Bloy (1846-1917), un escritor francés de novelas y ensayos, decía: «No hay una tristeza más grande que la de no ser santo»; y la Madre Teresa de Calcuta, cuando un periodista le preguntó sin rodeos que sentía cuantos tantos le decían si era santa, ella respondió: «La santidad no es un lujo; es una necesidad».

Ojala este día, recordando a tantos santos, nos mueva y nos ayude a que busquemos por todos los medios a nuestro alcance, con todas las ganas y, naturalmente con la gracia de Dios, ser santos, es decir, ser lo que nos corresponde ser; ser santos y no fracasados, ser santos como tantos y tantos que recordaremos hoy.