Estaba dormida y sintió que alguien la observaba. Abrió los ojos y de pronto una sombra oscura se acercó hacia la puerta. Se levantó de la cama y vio a un hombre en su casa. Era un ladrón. No le dio tiempo a robar nada y se limitó a preguntar dónde estaba la salida.

Tuvo una comida de trabajo en un restaurante de playa d´en Bossa. Cuando regresó a su coche vio cómo el cristal trasero estaba roto y el ordenador y demás enseres que la esperaban dentro del vehículo nunca más regresaron.

Sus joyas familiares eran parte de su vida, emprendadas con historia que de pronto un día se marcharon por la ventana sin hacer ruido. Se quedó callada y seca, con la pena de haber perdido su historia y cada sonrisa cosida a los regalos de quien ya no estará nunca más a su lado.

Estas son solo tres historias reales que han tenido lugar este verano y que reproducen lo ocurrido una temporada más en nuestras islas. Tres anécdotas contadas como tales, en algunos casos son sorna e ironía, pero que llevan implícito el miedo, el dolor y la frustración. En los tres casos las víctimas no han sufrido daños personales, pero la temporada se ha cobrado también tirones, palizas, destrozos y situaciones dramáticas que nos demuestran que las Pitiusas ya no son lo que eran. Atrás quedaron los días de casas abiertas, senallós con monedero a la vista o pendientes, anillos y collares bien lucidos. Hoy no solamente nos han robado carteras y seguridad, sino que nos han quitado algo mucho más valioso: la confianza.

Mafias organizadas, ladrones de medio trapo y de trapo entero vienen a Ibiza y Formentera a «hacer la temporada» y desvalijan negocios, chalets y bolsos sin pudor y con maña.

Los datos de esta realidad los ha hecho públicos esta semana el Ministerio del Interior en el marco del Balance de Criminalidad de 2015, que refleja que en nuestro pequeño paraíso se ha registrado un aumento de robos con fuerza en domicilios de un 78 por ciento en Formentera y de un 8,3 en Ibiza. Las cifras las vendían con otro aire, afirmando que habían bajado las infracciones penales en un 11 por ciento, pero la realidad es que se han producido 563 robos en nuestras casas frente a los 520 del año pasado. Asimismo las sustracciones en vehículos se han incrementado en un 46 por ciento.

Nos dicen que somos unos de los destinos más seguros del Mediterráneo, salvaguardados por nuestro carácter insular y lo complejo de sacar fuera los bienes aprehendidos, pero la realidad es que hemos perdido la inocencia, la magia y la paz de hace décadas.

Aterra no poder dormir con la ventana abierta por si alguien se cuela para despertarte como la peor pesadilla de tu vida, sentir el escalofrío de una mano colándose en tu bolso y el golpe seco de quien a lomos de una moto te deja sin teléfono en cuestión de segundos. Es verdad que nos roban cada día en hechos cotidianos; con las comisiones de los bancos, (y de los políticos), en las facturas de luz y agua, en aparcamientos, en restaurantes donde nos cobran 8 euros por una botella de agua… pero el miedo es una arruga oscura que te frunce el ceño y te deja marcas.

No sé cómo quienes cometen estos delitos pueden mirarse al espejo sin darse cuenta de que han perdido el alma y que no son sino sombras de las personas que un día fueron.