Todavía tengo muy fresco en mi memoria el primer Barça-Madrid que vi por televisión. Fue en enero de 1991. Los merengues llevaban cinco años consecutivos llevándose el título de liga gracias a los jugadores de la Quinta del Buitre y, sobre todo, a un jugador que a los culés nos caía especialmente mal: el mexicano Hugo Sánchez. Sin embargo, aquella temporada todo fue diferente. De la mano de Johan Cruyff, el Barcelona arrasó en la liga y en la retina de todos los barcelonistas siempre quedará aquel gol en propia meta de Spasic en el Camp Nou, un central yugoslavo que pasó con más pena que gloria por el Santiago Bernabéu. Aquel Dream Team liderado por el holandés volador desde el banquillo consiguió cuatro entorchados ligueros consecutivos y la primera Copa de Europa para el club en 1992. Zubizarreta, Ferrer, Koeman, Sergi, Bakero, Guardiola, Stoichkov, Laudrup, Romario, Beguiristain... Sabría enumerar todas las plantillas del Barça de cada temporada de carrerilla, un don del que no puedo presumir muy a menudo por temor a ser tildado de freaky. Y quizás con razón.
Los que me conocen ya saben que por mis venas corre sangre azulgrana y que mañana, durante dos horas, no seré la persona que normalmente conocen. Hoy por la tarde sufriré por la rodilla de Messi, por las patadas que recibirá Neymar y por los dientes de Luis Suárez. Lamentaré las ocasiones de gol perdidas y me acordaré de la madre del árbitro cada vez que pite en nuestra contra. Desconozco de dónde salió esta afición desproporcionada por unos colores que sacan de mí una pasión sin freno, pero no tengo más remedio que gritar con todas mis fuerzas: Força Barça! Y hoy, que ganen los míos. Los buenos.