Umberto Eco se inventó el término «La máquina del fango» para explicar cómo se puede lograr, a través de la opinión pública, lanzar una serie de informaciones, habitualmente manipuladas, para dañar la imagen de alguien. El escritor italiano se refería, sobre todo, a las maniobras de Berlusconi para desprestigiar a los jueces que le investigaban, simplememente con medias verdades o medias mentiras. Daba igual. Lo importante era hacer daño. Hace algo más de una semana La Sexta ofrecía un programa sobre esta teoría e invitó a Juan Carlos Monedero, que se sentía víctima de un montaje mediático e institucional cuando aparecieron las informaciones sobre sus bien remunerados trabajos en Sudamérica. Monedero recordaba, y con razón, que nunca se abrieron diligencias judiciales en su contra, si bien minimizaba, también normal, que tuviese que hacer una declaración complementaria para pagar lo que inicialmente se le olvidó declarar. Pobre Monedero, que después de venderse como víctima acusaba a Esperanza Aguirre de tener intereses en empresas y negocios. Todo sin pruebas, por supuesto. Esta teoría viene a colación por la relación entre periodistas y políticos. Periodistas que se creen políticos sin presentarse a unas elecciones y que se sienten legitimados para intentar influir más de lo razonable. O políticos que quieren que los medios cuenten su verdad sin entender que son los periodistas los que tienen que interpretarla, analizarla, y trasladarla a los ciudadanos. Mientras siga el actual juego entre periodistas y políticos habrá motivos para muchas máquinas de fango. No hace mucho tuvimos en Eivissa a una alcaldesa que cayó por un asunto menor y que los jueces archivaron. Entonces, muchos participaron en «La máquina del fango» que nos cuenta Umberto Eco.