Reconozco que a mi padre, al que considero un referente cuando hablamos de fútbol, siempre le miré un poco raro cuando ya hace unos años me dijo que el balopie de hoy en día ya nada tiene que ver con lo que a él le gusta. Nunca pude entender como él, que fue un pelotero de los de verdad que tan pronto le daba bien con la derecha que con la izquierda, no quería ver ningún partido en televisión. Y sinceramente, me hacía cruces cuando me decía que ya sólo le gustaba practicarlo y no verlo por más que eso nos benefició a todos los que aprendimos a su lado. Sin embargo, a día de hoy, don Roberto no puede llevar más razón.

Siempre he sido seguidor del Atlético de Madrid. Iba al Vicente Calderón con mi padre y mis abuelos de la mano, cuando aún había almohadillas para sentarse en los asientos de cemento y cuando aún se podía beber en bota y comer un buen bocata dentro, pero desde hace tiempo ni siquiera me interesa mi equipo. He perdido el interés. O más bien, todos los que viven del fútbol, presidentes, entrenadores, jugadores, intermediarios, aficionados, periodistas... han conseguido que lo pierda. Sobre todo porque, y se que cuando digo esto no soy nada original, el negocio lo ha invadido todo tanto que ya ni siquiera reconozco a mi equipo vistiendo una camiseta patrocinada por Azerbayan land of Fire y repleto de jugadores venidos de todas partes del mundo. Si me tengo que quedar con un equipo lo haré con el Athletic Club de Bilbao por eso del romanticismo de jugar con, como dicen ellos, once paisanos. Eso sí señores, no esperen que me interese lo más minimo el futbol actual y más viendo como Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, paraliza un país entero para dar una conferencia de prensa en la que ratifica a un entrenador. En fin, como decimos en Madrid, «no hay más tu tía». Papá, llevas toda la razón, el fútbol es para jugarlo no para verlo.