Carrer sa Creu, 10 de la mañana. Un grupo de aficionados llaman la atención de un agente. El policía hace sonar su silbato para advertir al conductor de un coche que deje expedita la vía. A escasos 10 metros por detrás vienen a la carrera Vicente, Moisés, Eduardo, Sara... Son la cabeza de la carrera de alevines de la Cursa Eivissa Patrimoni de la Humanitat. La salida ya había estado un tanto caótica esperando la retirada de algunos vehículos. El mini caos de las categorías inferiores iba a convertirse, dos horas después, en un fiasco en toda regla. Antes, los pequeños como Samuel o Aitor tenían que ganarse a una voluntaria para obtener la recompensa de una botella de agua. Es cierto que la carrera era gratuita pero algo de líquido es lo mínimo después del esfuerzo. Luego, a las 10,30 llegó mi hora. Bueno, no. Minutos antes de la hora programada todos los corredores estábamos en la salida. Y allí seguimos hasta acumular un retraso de 10 minutos. Los que corremos por diversión quitamos importancia a un pequeño retraso aunque nunca había sufrido uno semejante. Ya en marcha, un placer correr por las calles empedradas de Dalt Vila, un martirio ir esquivando los nuevos adoquines del puerto viejo. En uno de ellos se dejó la carrera Sabi Corral. Allí hice colla con Eugenio, Norman y Pedro. Como me dijo Pedro, només el fet de córrer ja és polit. Juntos nos desviaron por la Carlos III. Juntos llegamos a meta. El sainete llegó después cuando nos enteramos que no todos habíamos hecho el mismo recorrido. Hace un tiempo escribí que las carreras eran un plus en la oferta de Eivissa. El fiasco del domingo es un paso atrás y Agustín Perea lo sabe. El edil debería asumir su responsabilidad y no huir a la carrera.