No hay nada como la publicidad. Siete días de tortura televisiva intensa, para decir que viene el toro, y luego cuando llega, y con altas dosis de expectativas creadas para tan ansiada fecha, acaba pasando lo que en términos refraneros suele decirse: "hambre que espera hartura, no es hambre ninguna". Y es que esto de los debates televisivos ya no son lo que eran. Antes, nuestros políticos participantes se quedaban quietos, sentados, en postura hierática y decentemente vestidos para la ocasión. Ahora por el contrario se quedan de pie, castigados con los brazos en alto, y vistiendo lo primero que se encuentran en el Outlet o en el mercadillo de segunda mano. Y por si fuera poco, les atornillan el taburete al suelo, supongo que para que nadie se lo pueda llevar a casa de recuerdo, o arremeta con él, en un ataque de rabia incontenida, contra su adversario, o contra los propios presentadores, por las preguntas, muchas de ellas, ridículas y algunas que otras, descaradamente tendenciosas que estos les hacen. Por ello no es de extrañar que algunos salgan al ruedo temblorosos y acojonados, principalmente, porque no saben si lo que se les va a preguntar, lo han estudiado en el temario de la oposición a la que se presentan, o si por el contrario, su respuesta, no va a caer en gracia al espectador, - supuesto votante indeciso, generalmente sediento de sangre de político jugosamente tierno-, y acabe por restarle puntos. Porque en definitiva, este tipo de debates, es lo más parecido a un combate de Judo en el que los participantes, o bien ganan mediante alguna llave dialéctica que han conseguido hacer en un momento de pájara de sus contrincantes, o simplemente, acaban ganando por puntos, que es lo peor que les puede pasar, ya que suele ocurrir que a los puntos, todos se atribuyen el éxito del debate. Combate, que ninguno ha ganado, porque ya sabemos todos, según hemos podido observar, que en los coloquios a cuatro, más que debate, lo que son, es un pim-pam-pum, lo más parecido a lo que existe en esos muñecos de feria, que van recibiendo pelotazos por todas partes, hasta que van cayendo frente a las voces de júbilo de aquellos que gustan de practicar tan ignominioso juego. Entiendo que de ahí, de esa falta de respeto por aquellos que elaboran el debate, los tertulianos, también estuviesen clavados al suelo, junto con el taburete, porque si se fijaron bien, ni uno solo de los tertulios, levantó el pie en todo el tiempo en que duró la tortura de dos horas a la que se vieron sometidos, a excepción de uno de ellos que no paró de balancearse como si fuera un bolígrafo de esos de culo redondo, al más puro estilo de una peonza, de los que siempre se mantienen de pie y nunca caen.

Me pregunto cuál es la gracia de ver un debate-combate que ya ha sido amañado desde el comienzo, (nunca verán grandes diferencias ni salidas de tono en ellos), y también cual es la meta del espectador, (entre los que yo me incluyo), cuyo morbo tal vez sea el de ver qué contrincante hace más el ridículo, o dice las frases más esperpénticas en un momento de nervios, y en el que se juega su carrera política. Porque a la postre, si se fijaron bien, todo el paripé mediático del montaje llevado a cabo por nuestros actuales políticos y aspirantes al gobierno de la nación, acabó siendo un "yo dije que tu dijiste que él dijo". Cuando aprenderemos que no necesitamos políticos nerviosos, ni ranas Gustavo para el show, sino políticos eficientes, y que los debates-combates-shows, no solo no muestran la espontaneidad de las personas, sino que los sitúan en posturas extremas que no conducen a ningún lugar. Si alguien quiere conocer de primera mano lo que piensan nuestros políticos, pregúntense lo llanamente a la cara, o lean su programa. Estoy seguro de que a nadie le gusta hacer el ridículo. Y este tipo de eventos, al menos, el formato que vimos el otro día, se presta a ello. No es de extrañar pues, que algunos gatos viejos se queden en Doñana, disfrutando de lo lindo del pim-pam-pum al que son sometidos sus participantes. Llamarles tertulianos, sería muy pretencioso. No menos que llamarlo debate a lo que más bien podría denominarse Show. El Show de los teleñecos.