Me senté el lunes por la noche delante del televisor para ver el debate «decisivo». A los 45 minutos tuve la tentación de cambiar de canal, pero aguanté hasta el final por responsabilidad. Fue horrible, pero no hubo ninguna propuesta nueva. Sánchez estuvo muy agresivo y Rajoy, indignado. Sánchez no reconoció ni una mejoría en la economía respecto al desastre que dejó Zapatero. Y Rajoy no hizo ninguna autocrítica por los escándalos de corrupción protagonizados por el PP. Sánchez, agobiado por las encuestas, salió a intentar arañar los votos que necesita para no ser superado por Ciudadanos. Rajoy, que salió de su escondite, abordó el debate con desgana y como si fuese un trámite que no pudo rechazar. Al final, pocas conclusiones interesantes para decidir el voto. Por el contrario, estoy convencido de que muchos televidentes que vieron el debate «decisivo» anteanoche decidieron que el día 20 votarán a Rivera o Iglesias. Ahora entiendo la negativa de Rajoy de acudir al debate a cuatro. No gana nada en los debates. Solo puede perder votos. También comprendo la desesperación de Sánchez, que se siente amenazado por Ciudadanos y Podemos. Entre muchas de las perlas que pueden sacarse del debate, me quedo con una que fue gloriosa: cuando Sánchez dijo que el PP había puesto trabas para que las mujeres fuesen madres. Imagino que alguien que le puso a Sánchez este tema en el argumentario debía ir en estado ebrio. En cuanto a la puesta en escena, excesivamente sobria y sacada del siglo pasado. Con todos mis respetos, Campo Vidal tampoco estuvo a la altura de las circunstancias, desbordado muchas veces por unos oponentes que desaprovecharon la oportunidad de intentar convencer a los votantes que pierden a diario a chorros.