Me preguntas, Moría, por la Navidad y evocas ¡todavía! los días en que por estos fiestas componíamos el belén en el ático de tu casa de «Dalt Vila», que en diciembre olía a pino y a sabina y a musgo recién cogido, y que tenía colgado del techo una estrella fugaz de papel de chocolate que tu abuelo guardaba de año en año. ¡Y qué prodigios nos deparaba aquél paisaje de ficción que se repetía cada Navidad con su misterioso latido! Subíamos a las cimas más altas y cruzábamos ríos y torrentes y lagos de cristal, y veíamos a Jesús con María y José, y a los Reyes Magos de Oriente, con sus coros de porcelano y sus regalos de ilusión. Y sin aliento en el cuerpo seguíamos el tropel de los animales que finalmente convertíamos en figuritas de arcillo para que los cabras y los bueyes y las vacos y los cabritos y las ovejas y los cerdos y los pavos y las gallinas y los gallos no fueran llevados ol matadero. Y tú decías ¿por qué no? Hoy peces en los ríos y pájaros en el cielo? Y luego orropábamos a Jesús con los manos ateridos por el frío que se filtraba por las rendijas de las puertas, mientras la lluvio pertinaz llamaba en los cristales de la ventano que daba vistas ol jardín, y merendámos pan con monteca y ozúcar ¡Qué tenue es el latido de lo felicidad! La Navidad, María, se prendió en el pasado, que es uno antología de recuerdos. ¿Qué quieres que te cuente de los navidades de ahora? ¿Te acuerdas de aquel año que no pusimos el belén y que el viento aulló como los perros en celo y voló sobre nosotros y los caminos de lo vido que se hicieron polvorientos y se llenaron de rastrojos? Fue que habíamos crecido. Desde entonces el mundo se hizo real y con el amor conocimos el desamor, la envidia, el desengaño, lo ingratitud, la injusticia. iAh, María, María, cuán largas las horas de los atardeceres de invierno con lo lluvio llamando en los cristales de mi ventana que no se abre o ningún jardín! ¡Cuántos ausencias en lo Misa del Gallo en lo Catedral! ¡Cuántas ausencias en Santo Domingo, en San Telmo, en Santa Cruz ¡Cuántos ausencias en la cena de Nochebuena! ¡Cuántas ausencias en el afecto! ¡Cuántos ausencios en el corazón! Una vez más el Niño Jesús balbuceó en Belén el Sermón de la Montaña. ¡Ojalá que la vida fuera un maravilloso cuento de hadas! Pero quedan muchos grados sin ver o Dios porque o Él no se le ve si no se le siente alcanzado como un estado sumo y límpido de poesía y amor: Y yo te digo, María, ¿lo ves? Por Navidad nos hacemos casi, casi niños.