Andaba el político-poeta en sus discursos ensimismado, producto de esa fiebre que se produce como consecuencia de lo que todos conocen bajo el nombre de campaña electoral, allí pensando en cuál sería el mejor de los discursos en el que pudiera convencer a aquellos indecisos, y sin reconocer que precisamente por eso, nunca le votarían; pues precisamente un indeciso es eso: un indeciso, y porque un indeciso, lo es no solo en política, sino en muchos ámbitos de su propia vida, y como se suele decir en lenguaje coloquial, no tiene arreglo, puesto que, si no se ha decidido ya con la que está cayendo, lo que va a hacer, es lo que siempre ha hecho: dejar que decidan otros por él. Ahora bien, quejarse como ninguno de lo mal que va todo a su alrededor, eso sí que no se lo decide nadie.

Así pues, el político-poeta, mientras redactaba su discurso para ver si agarraba (en terminología política, se llama convencer) algún que otro voto indeciso, pensó que su mensaje debía ser ameno, sencillo y directo a las masas, y así, y en un momento sublime, tras dejarse mal aconsejar por sus asesores, no se le ocurrió otra, que la de sí dejarse convencer por ellos y salir a la calle, al más puro estilo Fraguiano (que supuestamente viene de Fraga, y que para serles sincero, me lo acabo de inventar, aunque ya saben que a veces estas tonterías que se dicen, acaban creando tendencia), en el que reclamaba la calle como un espacio suyo, al grito de «La calle es mía». Por cierto, que, tuve la oportunidad de preguntárselo personalmente, siendo profesor mío, y nunca lo hice, si eso que dijo, también se lo recomendaron sus asesores, aunque conociéndole en algo ya les adelanto que no era un fiel seguidor de estos señores y sí muy fiel a sus propios principios y decisiones que asumía como propias y sin ningún pudor demostrando que él no era precisamente un indeciso. Pues bien, y tras este inciso, y siguiendo con lo anterior, y con perjuicios venideros para su propia salud, sucedió un hecho, en el cual, el político-poeta, en un afán de hacerse cercano, tangible y maleable a las masas, y peor aún, asesorado por algún también poeta de la new age de la Sociología de este entonces, que dice que es reconfortante que un político moderno, se dé baños de masas, acabó por bajarse de la tarima, a la mismísima calle, recorriendo mercados, paseando por ferias, plazas, calles transitadas, platós de televisión en donde hacer como nadie el ridículo y así, todo tipo de espacios públicos, exponiéndose al viento, al sol y a la lluvia, sin saber que lo que realmente estaba exponiendo era su propia cara y no la del asesor que le dijo que con eso conquistaría a los indecisos. ¡Y vaya si la expusieron!

Con lo que no contaban el político-poeta y mucho menos el asesor «bien pagao», era con que los tiempos del «usted», ya pasaron y que en la calle, en las trincheras, abundaba la sociedad del «oye tío», o el «sácale las orbitas de los ojos», o el «reviéntale la cara», y todo ello, producto de la educación que impera en nuestros días, consecuencia de los sucesivos e infinitos modelos educativos que llevan sucediéndose en nuestro país, como resultado del más puro producto del fracaso, inoperancia, incompetencia y mal saber hacer, o lo que es peor, no querer hacer, de la retahíla de gobiernos, que no son capaces de ponerse de acuerdo en mejorar la educación en «todos sus ámbitos», excepto, en lo que a salir a la calle se refiere, en busca de indecisos, y sin llegar comprender, que al final, de esos polvos vienen esos lodos, y que quien siembra vientos, recoge tempestades. Y porque es ahora, cuando ya se recogen los frutos de esa mala cosecha, algunos de ellos, como el que pudimos observar tras la agresión a un político cualquiera, pues no importa su nombre ni su color político, a la hora de defender la Democracia, y muy a pesar de los indecisos.