Las nuevas elecciones se plantean como la única solución al galimatías que se ha creado tras los comicios del domingo pasado. A mí me da la sensación de que unas nuevas elecciones no resolverían nada. ¿Realmente la gente cambiará de voto en unas hipotéticas elecciones en marzo? ¿Tienen los electores motivos objetivos para modificar su voto respecto a lo ya votado el 20 de diciembre? ¿O seguirán pensando que el voto útil es aquel que ya ejercieron el día 20? ¿El votante de Podemos votará a Sánchez? ¿O quizás votos de Rivera pasarán a Rajoy? Lo dudo mucho. Puede haber un desvío de un 1 o 2 por ciento de votos, que se traduciría en dos o tres escaños arriba a abajo, pero poco más. Y este cambio no modificaría la configuración parlamentaria. Todo seguiría igual. Porque al PP le faltan muchos escaños para conseguir la mayoría absoluta. Y al PSOE, aún muchos más. La solución pasa por un acuerdo de gobernabilidad, como hicieron en Alemania hace algunos años, pero el nivel político, evidentemente, no es mismo. No parece una locura un pacto institucional entre PP y PSOE, un acuerdo para que Rajoy gobierne un tiempo y en un año vuelva a convocar elecciones. Porque si Sánchez pacta con Podemos se meterá en la boca del lobo y el partido de Pablo Iglesias se comerá electoralmente al PSOE en las siguientes elecciones. Que le pregunten a Vicent Torres en Eivissa, donde ya veremos cómo se las arregla para convivir con un Podemos subido de humos tras las últimas generales. El panorama es complejo y necesita políticos de estado. Como por desgracia nuestros políticos actuales no son políticos de Estado, podemos empezar a temer lo peor. Caos institucional y nuevas elecciones. O quizás se produzca el milagro.