El prólogo o introducción al cuarto Evangelio es un bello canto que ensalza y proclama la divinidad y eternidad de Jesucristo. En todo su Evangelio el apóstol Juan subraya particularmente la divinidad del Señor. Jesús no comenzó a existir al hacerse hombre, sino que antes de tomar carne en las entrañas virginales de Maria, antes que todas las criaturas, existía en la eternidad divina como el Verbo( Palabra) consustancial al Padre y al Espíritu Santo. Las principales enseñanzas que aparecen en el prólogo son: 1) la divinidad y eternidad del Verbo; 2) la encarnación del Verbo y su manifestación como hombre; 3) la intervención del Verbo en la Creación y en la obra salvífica de la humanidad; 4) por último, el comportamiento diverso de los hombres ante la venida del Salvador: unos le aceptan con fe y otros le rechazan. La Iglesia siempre ha dado especial importancia a este hermoso poema. Han sido muchos los Santos Padres y escritores de la antigüedad cristiana que lo comentaron de modo exhaustivo, y durante siglos se había leído al final de la Santa Misa, como instrucción y meditación permanentes. En el Evangelio se exponen las verdades fundamentales sobre el Verbo: que es la Vida y que es la Luz. Se trata de la vida divina, fuente primera de toda vida de la natural y de la sobrenatural. Esa Vida es luz de los hombres, porque recibimos de Dios la luz de la razón, la luz de la fe y la luz de la gloria, que son participación de la Inteligencia divina. Sólo la criatura racional es capaz de conocer a Dios en este mundo, y de contemplarle gozosamente en el Cielo por toda la eternidad.