Mi primer artículo del año está dedicado a todos aquellos que hoy lamentan no haber dado un último abrazo a un ser querido que ya no está. A todos los que cada noche cuando se acuestan piensan durante treinta segundos en la sonrisa de aquella persona que un día les hizo tan feliz que nunca podrán olvidarla. Y también para los que a pesar de haberse llevado un golpe tras otro durante buena parte de su vida, continúan luchando como si nada hubiera pasado. Ellos, para los que quizás el 2015 ha sido uno de los peores años de sus vidas y que han aprendido a convivir con una pesada losa a sus espaldas, tienen mi eterno reconocimiento. Porque se dieron cuenta demasiado pronto que este mundo no era como los dibujos animados que salían en televisión. Porque en todo lo que habían creído hasta entonces fue desmoronándose poco a poco. Porque los que decían ser sus amigos al final resultaron ser unos aprovechados de aúpa. Por todo esto, el 2016 tiene que servir para disfrutar de los pequeños, escasos y breves placeres que nos aporta la vida: un abrazo con tus padres, una mirada de tu pareja, una cena con tus hermanos, una juerga con los colegas, aquella batallita del abuelo que nos ha contado cien veces o, incluso, una palmada en la espalda de tu jefe. También tenemos que aprender a deshacernos de las personas que nos intoxican y que hacen ponernos de mala leche, no hay que perder ni un minuto más con gente que sólo disfruta despotricando de los demás. Si en estos 366 días soy capaz de hacer la mitad de lo que escribo, daré el 2016 por bien empleado.