La Iglesia recuerda en su Liturgia las tres primeras manifestaciones de la divinidad de Cristo: la adoración de los Magos; el Bautismo de Jesús; y el primer milagro que hizo el Señor en las bodas de Caná.

En el Bautismo de Jesús, fiesta en la que finaliza el ciclo de Navidad, se oye la voz de Dios Padre que dice de Jesús: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido».

Bajó el Espíritu Santo sobre Jesús, en forma corporal, como una paloma.

Aquí se hace presente la teofanía: la manifestación de Dios. Dios Padre, Dios Hijo ( Jesús) y Dios Espíritu Santo. De este modo se manifiesta el misterio de la Santísima Trinidad.

En el Sacramento del Bautismo que todos hemos recibido, por el agua y el Espiritu Santo, recibimos una vida nueva: la gracia de Dios por la que somos cristianos, hijos de Dios y de la Iglesia. El día que recibimos el santo Bautismo, también Dios nos dijo: «Tu eres mi hijo». La oración de Jesús después de ser bautizado nos recuerda que después del Bautismo le es necesario al hombre la asidua oración para lograr la entrada en el Cielo; pues, si bien por el Bautismo se perdonan todos los pecados, queda sin embargo la inclinación al pecado que nos combate interiormente, y quedan también el demonio y la carne que nos impugnan exteriormente. Que todos nosotros, todos los cristianos, podamos vivir la vida cristiana: vida de Fe, Esperanza y Caridad, suplicando a la Sma. Virgen, Madre de amor y misericordia nos alcance de su Hijo, aumento de Fe y Amor.

Creo en Jesucristo, espero en Jesucristo, amo a Jesucristo.