Lo recuerdo como si fuera hoy; 29 de septiembre de 1990, cancha de River Plate, Buenos Aires, Argentina y la que escribe con su localidad apretada en la mano esperando para entrar y poder ver en directo al Duque y como telonero a Brian Adams.

Bowie salió al escenario con una indumentaria al más puro estilo «glam», con aquella camisa blanca repleta de puntillas en cuello, puños y el chaleco negro al ritmo de Let’s dance: pura magia.

Esa noche no paramos de disfrutar con «temazos» como Ashes to Ashes o Fashion. Ayer decidió dejarnos no sin antes regalarnos «Blackstar», su álbum número veinticinco que salió a la luz hace unos días.

No me quiero olvidar de su etapa como actor y sobre todo de una película que está en mi archivo personal en la zona «de culto», The Hunger, en castellano El Ansia donde compartía cartel con la diosa Susan Sarandon y con la gélida Catherine Denueve, en una historia de vampiros dirigida por Tony Scott de 1983 y cuyo nivel narrativo y cinematográfico ya querrían tener todos los «crepusculitos» que vinieron después.

Asimismo quiero destacar lo que significó su figura, transgresora e icónica, en lo referente a la moda y a los «looks» que lucíamos sus fans allá por los ochenta.

Esta mañana comentaba su muerte con varios amigos de mi «quinta» y todos coincidíamos en lo mismo: dar gracias por haber nacido en los sesenta y haber tenido como hilo musical de nuestra adolescencia y juventud a Bowie, The Rolling Stones, Pink Floyd, Led Zeppelin, y muchos más que, si escribiera toda la lista me voy del espacio asignado, a los que puedo añadir, en mi caso, todos los míticos grupos españoles y argentinos que marcaron esa etapa.

En suma Duque, desde aquí mi agradecimiento por haberme dado tanto arte, mientras escucho Let’s dance a todo volumen. La ventaja de vivir en el medio del campo.