Según el diccionario, un estereotipo es la percepción exagerada y simplificada que se tiene sobre una persona o grupo que comparte unas características para justificar una conducta. Los humanos tenemos la tendencia de generalizar sobre cualquier cosa. Los catalanes son unos rácanos, los andaluces unos tipos a los que no les gusta trabajar demasiado y los ibicencos una raza compuesta por dj’s y gogós de discoteca que supuestamente siempre están de fiesta. Personalmente, siempre me he rebelado contra los estereotipos y, en los últimos tiempos, a los que atañen especialmente a esta isla. Por eso, cada vez que alguien hace un chascarrillo sobre lo corruptos que somos los valencianos intento apretar los dientes para no soltar algún improperio. La última ocasión en que mis dientes rechinaron fue en el último pleno de Vila. El segundo teniente de alcalde, Joan Ribas, rechazó apoyar una moción para promover la creación de una Fiscalía Anticorrupción en Eivissa argumentando que esto no era ni el Chicago de los años 20 ni el País Valencià, salpicado de casos de corrupción en los últimos años. Una ya lleva su particular cruz por tener que ver casi cada día en los medios de comunicación nacionales cómo nuestros políticos metieron sus manazas en la caja de todos haciendo y deshaciendo a su antojo. ¡Como para que encima hagan broma sobre ello!

Me viene a la cabeza la anécdota protagonizada por Winston Churchill cuando los nazis lanzaban bombas sobre Londres sin ningún tipo de piedad. En una estrevista le preguntaron qué opinaba sobre los alemanes y él respondió: «Disculpe pero no les conozco a todos». Esa brillante respuesta debería estar en todos los libros de texto (y en los cuadernos de algunos políticos) para enseñar a los niños desde pequeños que generalizar puede resultar en ocasiones injusto.