La cabra mecánica no es una historia de amor precisamente. Es una historia plagada de violencia, de lucha y desigualdad social, en donde se enfrentan a palos diferentes sectores de la escala social cabritense. (Entiéndase por «cabritos» a algún que otro ser de raza humana). Podríamos pensar que la ubicación correcta para la escena debiera haber sido la isla de Cabrera, si bien no sería correcto, puesto que la historia se desarrolla en otro escenario del que no me está permitido contarles nada, más que por miedo a represalias, sobretodo, debido a la salvaguarda de otros seres que temen por la seguridad, integridad y perpetuación de su propia y endémica especie, como los pocos atrevidos que llegan nadando hasta allí para tumbarse - iba a decir al sol de la toscana, pero no se corresponde - y ponerse sobre las rocas en pelotas, en el pedrusco que sobre sale de las aguas que circundan la tenue bahía de Cala d’hort. ¡Vaya! Creo que ya me descubrí, pero ya saben que quien tiene boca, se equivoca.

Algunos mal pensados, - y acertarán - podrían pensar que esta historia tiene ciertas similitudes a la historia que se desarrolla bajo el título de la «naranja mecánica», obra escrita allá por los sesenta, por el estupendo escritor Anthony Burgess, y llevada a la gran pantalla, allá por los 70 (que no a la caja tonta, que lo es, no porque lo sea, sino porque la hacen, los que de ella viven), por el no menos estupendo director Stanley Kubrick. Les recomiendo que ni la lean, ni que la vean, y se lo recomiendo así, porque, a ver, si con un poco de suerte, consigo que se interesen por ella, pues ya saben cómo somos los humanos, que además de matar cabras, no precisamente a golpe de higos, basta con que nos prohíban algo, para que lo deseemos como si fuera la última cosa de este mundo que quedara en pie. Por mi parte, sí les diré que siendo una obra maestra como lo es, debería ser objeto de culto y estudio por todos los que van a políticos (o que van de), para que entiendan de una vez por todas, que la violencia solo engendra violencia, al igual que los malos modos y la agresión verbal en política, también producen idéntico resultado.

Dicho lo cual, y puestos en antecedentes, y como tal vez hubiera dicho Thomas Hobbes, «el hombre es un lobo para el hombre», y digo tal vez, porque me da que seguramente fue un dicho robado a los lobos, como siempre ocurre que estos, - los humanos- se apropian siempre del derecho a decidir sobre los demás, incluso sobre la vida y la muerte, y cuyo significado era precisamente el contrario que dice que el lobo es un hombre para el lobo, aunque yo prefiero el dicho no tan intelectual, y que asumo como propio, pues siendo popular, me lo puedo atribuir sin pago de derechos de copy right, como la canción del «Happy Birthday», y con el que me identifico más, que dice que «quien mal anda, mal acaba».

En estas estamos, que cuenta una reciente leyenda, que en las noches de plenilunio, y desde lo alto de los cerros vecinos, y de una isla no lejana, se escucha el bramido, no se sabe bien, si el de las conciencias de aquellos que han cometido algún tipo de atrocidad o tropelía, en nombre del bien común, sin haberle preguntado al bien común, si estaba de acuerdo con sus actos, o el de una población de cabras enfervorizadas que aúllan mismamente como los lobos y que hacen suya también, la auténtica frase de Hobbes, que dice que el hombre es un lobo para la cabra.
¡Alerta humano! La cabra mecánica anda suelta, y está de muy mala leche.