Desde que Felipe VI reina en nuestro imperio, cada vez más escuálido y parecido al del señor del Lazarillo de Tormes, hambriento y seco por dentro y altivo por fuera, ya no hay príncipes en nuestro país. Hago esta afirmación en el sentido más literal y metafórico de la palabra, con el fin de que dejéis de buscar entre ranas que solo buscan ser besadas para saltar a una nueva charca. Chicas, las perdices están más ricas escabechadas que volando a nuestro alrededor, y no solamente no existen los caballeros perfectos, es que nosotras tampoco lo somos.

Luchamos contra los tópicos que nos inocularon de niñas, en los que anhelábamos un salvador que nos encerrase en un castillo, mientras alimentaban nuestros sueños para ser quienes realmente quisiéramos ser sin depender de nadie más que de nosotras mismas. La realidad es que ese batiburrillo de ideas nos provocó una dicotomía que nos hace bailar entre la independencia y la libertad y el ansia porque nos demuestren cada día cuánto nos aman y remuevan cielo y tierra por nosotras.

El día en el que aprendes a no esperar nada, a dejar que las cosas vengan, a caminar sin mirar el suelo en busca de un billete y alegrarte si aparece una moneda, recobras la paz. Esa sensación desconocida durante la adolescencia y que a muchos se les alarga hasta los 40. El amor, amigos, no es otra cosa que tranquilidad, confianza, complicidad y sobre una proyección de nuestro mejor “yo” alimentado y acunado por quien te hace recuperar las ganas de ser mejor persona. Amor no es obsesión, ni sufrimiento, tampoco sometimiento. No debemos cambiar nada de nosotros mismos, salvo aquello que está mal y que nos hace daño y, seamos sinceros, ¿quién quiere hoy en día que un señor vestido con mallas, una corona y un caballo sin ensillar la lleve sabe Dios dónde? La magia aquí no existe. Las cosas funcionan cuando se engrasan cada día, se alimentan y se cuidan, por lo que es mejor besar que dar dedales, no ponerse en manos de “hadas madrinas” y asumir que las cosas, a veces, nos salen rana.

Hoy se celebra San Valentín y el mundo se divide en tres tipos de personas: las que adoran esta fecha, las que la odian y las que quieren hacer negocio aprovechando la coyuntura. Las tres posturas son lícitas. En mi caso ya me he deshecho de todas esas corazas e imposturas de antaño que me llevaban a deplorar esta celebración y a esgrimir que el amor se celebra todos los días y no uno porque esté impuesto. También entonces decía que el amor se hacía no se legalizaba. Hay edades a las que es normal oponerse a todo, incluso a uno mismo, y otras en las que acabas perdonándote los defectos y cayéndote bien. Es entonces cuando entiendes qué es la felicidad y qué comporta creer en ella, buscarla, ser agradecido y sonreír ante los problemas. Yo no sé ustedes, pero yo hoy voy a cenar con mi chico y a recordar cuánto me gusta que sea un plebeyo con los pies en el suelo y el cerebro en su sitio. También me gusta celebrar mi cumpleaños, mi santo y el día de Reyes y son solo fechas. Sigo sin entender qué tiene de malo y de reprochable buscar razones para brindar con la gente a la que debes esa sensación de que todo va bien cada día. Además tengo un vino estupendo que lleva tiempo mereciendo un sitio de honor y una razón cualquiera para abrirlo.