Durante una reciente visita al casco antiguo de Toledo no pude evitar compararlo mentalmente con Dalt Vila, ambos bienes declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Al margen de las indudables diferencias que presentan ambos conjuntos históricos, por las vastas dimensiones de la capital castellano manchega y su profusión arquitectónica y artística frente a la reducida ciudad fortificada de Eivissa, me llamó poderosamente la atención la abundante oferta comercial y gastronómica encauzada a su legado patrimonial.

Los negocios de artesanía local, ya sea el damasquinado (ornamentación incrustando oro o plata en otros metales) y la espadería o la cerámica y el forjado, proliferan en cada callejuela. Es realmente abrumadora su oferta comercial y cultural. Además, la cartelería empleada, con tipografía medieval, y el cuidado del más mínimo detalle en la escenografía del casco viejo toledano te transportan a esa época en la que convivieron las culturas cristiana, árabe y judía. Esta admirable promoción, junto a precios realmente asequibles, contribuye a la avalancha turística que recibe por parte de mercados como el chino (los grupos guiados se contaban a montones durante un jueves de febrero). Ávila y Segovia son otros ejemplos.
Desafortunadamente, no podemos decir lo mismo de Dalt Vila, sa Penya y La Marina: la ciudad vieja de Eivissa. La tradición artesanal apenas sí se aprecia en contados eventos como la Feria Medieval. Las autoridades locales no han enfocado esfuerzos en promocionar su riqueza histórica para desestacionalizar el turismo y, hoy por hoy, nuestro conjunto amurallado pasa inadvertido para la mayoría de visitantes. Una pena.