Hola, soy Mariano.
— ¿Qué Mariano?
— Sí, ya sabes, el presi en funciones...; nos hemos visto algunas veces, aunque no nos saludamos...que como he dicho a todo el mundo que te iba a llamar, pues he pensado...pues coge el teléfono y llámale...
— Ah. Pues la verdad es que ahora me pillas muy liado.
— Jolín, tío, no seas así...; lo que pasa es que no quieres nada conmigo...
— Ya, ya...se lo que piensas...; yo por mí, Mariano..., pero es que no me dejan, ¿tú me entiendes, no?
— ¡Pues claro que no!, ¡a mí lo que me gustan son las mujeres!
— No, no...¿que si entiendes?
— Pues depende. Pedro...¿puedo llamarte Pedro?
— Claro que sí, Mariano.
— ¿Qué es eso que se oye de fondo, eso que suena como una respiración?
— No sé a qué te refieres... (¡Albert, déjalo ya!...). Perdona Mariano, ¿decías?
— Digo que creo que no estás solo, ¿te estás viendo con Pablo?
—¿Pero qué dices?..¡Ese, si te despistas, te pega un pico!..Uy, ¡Pablo!, ¿qué haces por aquí?
— Hola tíos, soy Pablo. He oído algo de morrearse y he venido...
— Hola, soy Alberto, el que va detrás de Pablo...
— Hola Alberto, hola Pablo. Yo soy Pedro. Al teléfono, Mariano.
— ¿Mariano? ¡Eso es traición!
— ¡Puag! ¡Te estás hablando con Mariano! ¡Explotador, fascista!
— ¡Me llega el olor de comunista hasta por teléfono! ¡Dios!, ¡el corazón!, ¡la prima de riesgo!... ¡Arg!...
— Eh, ¿hay alguien ahí?... Vaya se han ido todos... Bueno, Albert, ¿qué te parece?, ¿seguimos?...
— Venga, otra vez..., y ya van setecientas... 90 más 40...: 130.
— No sumamos ni de puntillas.
— Puf... Mejor déjalo.
— Oye, ¿te apetece salir o nos pedimos una pizza?