Una macrofiesta de una marca de cerveza es un marrón que, hoy, ningún ayuntamiento va a querer en sus playas. Es lo que ha hecho Sant Josep con Heineken: quitarse el muerto de encima. Por mucho que te esfuerces en pensar en verde, sigue siendo un marrón. Ignoro si, ahora, la marca cervecera acudirá a otros ayuntamientos a probar suerte, pero me temo que se encontrarán con la puerta en las narices. Recordemos que la Heineken no fue especialmente cuidadosa, en su fiesta en s’Estanyol del año pasado, y acabó sancionada por una administración tan tolerante como es la Demarcación de Costas.

La verdad es que, Eivissa, por suerte, no necesita de ninguna marca para estar en la cima de la oferta turística en el Mediterráneo. No necesita de la marca Heineken ni de ninguna otra porque Ibiza es la marca más importante; ésta u otras empresas, pequeñas, grandes y muy grandes, de dentro y de fuera, sacan mucho más rédito de la marca Ibiza que el que Eivissa puede obtener de dichas empresas. Si no fuesen esas empresas las que creasen puestos de trabajo, otros los crearían, ténganlo por seguro; si no fuesen unas empresas las que levantasen discotecas, hoteles y restaurantes, lo harían otras. Aquí lo que vale es el topónimo.

Todos los que hoy en día chupan de Ibiza, a veces como vampiros, debería dar las gracias a un movimiento que no tenía el dinero en los primeros lugares de su escala de valores. Deberían dar las gracias a los hippies que situaron la Eivissa de los años 60 en el mapa del mundo. Y deberían dar gracias a los ibicencos de los 60 y los 70, que, en lugar de correr a gorrazos a los ‘peluts’, como hubieran hecho en muchos otros pueblos de la España franquista, decidieron que eran raros pero buena gente, y los dejaron vivir tranquilos. Es el carácter ibicenco: no te metas en lo mío y todo irá bien. Ciertamente, ya no hay hippies, pero aun a pesar de los advenedizos y los chupones, Ibiza sigue en el mapa del mundo.