Nuestros padres fueron la generación que consolidó esa especie en vías de extinción llamada clase media cuya existencia se sostenía en la tranquilidad que proporcionaba el trabajo estable y asegurado para toda la vida. La nuestra y la siguiente, la generación más preparada, vaya uno a saber exactamente para qué. Para buscarse la vida, seguramente. Pero nuestros abuelos que ya han tenido suficiente merecen otra cosa. Ellos, que han cuidado de sus padres, de sus hijos, seguramente de sus cónyuges y, en muchos casos, de sus nietos mientras han podido cuando sus hijos trataban de hacer lo imposible para tratar de sacar adelante a sus familias en un mundo económicamente inestable. Ellos merecen de parte de la sociedad que debe velar ahora por sus mayores el mejor de los tratos sin importar que eso genere un beneficio o no. Los ancianos no están abandonados a su suerte en la residencia oportuna, están allí para recibir los cuidados adecuados y vivir sus últimos años con la mayor dignidad posible. No sé si son unos simples residentes disconformes como algunas autoridades sugieren. Ese argumento no me sirve. Lo que sí sé es que ninguno de los abuelos debería estar descontento con el trato que se le da allí. Ni uno. No es una cuestión de dinero, que a las familias les costará esfuerzo y mucho poder pagar la estancia de los abuelos en el centro, lo que quiero decir es que es una cuestión de conciencia. Conciencia que quizás deba tener el Govern para reaccionar ante la indecente cifra de cinco enfermeras para 94 pacientes y sus diferentes necesidades 24 horas al día, 365 días al año. Ante el hecho de tener la cocina de la residencia cerrada y traer comida congelada de fuera de la isla que ni siquiera es recalentada con cariño antes de servirla, por ejemplo. Lo dicho, no es cuestión de números, es cuestión de conciencia.