Los periodistas a veces olvidamos que en nuestro sueldo está incluido cumplir una función social. La materia prima con la que trabajamos son las palabras que deberíamos seleccionar con lupa principalmente para intentar aproximarnos lo máximo posible a la realidad pero también para calificar los hechos y las personas de la manera correcta. Cualquier profesional debería saber antes de escribir sobre el tema que el autismo no es una enfermedad sino un trastorno. De la misma manera que debería pensárselo dos veces antes de llamar figuradamente ‘cáncer’ a cualquier cosa mala que pasa por el mundo. Tampoco nos ponemos de acuerdo calificando la execrable lacra social que asesina a mujeres. De todas las expresiones, la peor para mí es sin duda la de ‘violencia doméstica’ porque no refleja el motivo que la origina, que no es otro que el estúpido machismo de algunos hombres. Los periodistas debemos asumir nuestra responsabilidad en que los inminentes desalojos de sa Penya devuelvan al debate público cuestiones que deberían estar superadas. No seré yo quien defienda a un colectivo de personas que viven desde hace años ilegalmente en unas viviendas sin pagar luz ni agua y que, en algunos casos, se comporten de forma incívica. Pero una cosa es ocupar una casa que no es tuya y otra identificar a estas personas como ‘okupas’ cuando este término se corresponde a un movimiento social que recupera viviendas vacías con fines políticos, sociales o culturales. Tampoco es comprensible que, en nuestros artículos, nosotros los ‘payos’, palabra que por cierto nunca se nombra, formemos ‘familias’ y ellos ‘clanes’ o que nuestras ‘peleas’ sean sus ‘reyertas’. Ni este lenguaje ni programas de televisión que reflejan estereotipos relacionados con los gitanos está ayudando en absoluto a la integración de este colectivo.