Ninguno de los tres se conocían de antemano, pero llegaron los últimos a subirse en el avión con destino a Eivissa. Era un vuelo corto, pero con el tiempo suficiente para que en ese trayecto se contaran sus vidas. Ella iba a buscar trabajo de temporada. Los chicos eran amigos. Uno iba a pasar unos días de vacaciones y acompañaba a su amigo que iba a trabajar de temporada en un restaurante. «Estaba deseando volver desde el 31 de agosto del año pasado cuando acabé de trabajar en la isla», le contaba nostálgico a la chica que le preguntó si iba a trabajar de dj. Y es que el muchacho iba con la música integrada en su cuerpo, moviéndose en el asiento como si estuviera recordando las fiestas de los miércoles en Las Dalias. «¿Dónde te alojas?», le volvió a preguntar la chica, una gran entusiasta de las redes sociales a las que subía imágenes suyas con las gafas de sol puestas y haciendo la señal de victoria para mostrar a sus amigos y conocidos que iba en un avión con rumbo a Eivissa. Y tras esa pregunta, vino una buena dosis de realidad. «Pues en un camping», le contestó. Sin embargo, tal y como relataba su experiencia en el camping, en el que duerme en un saco de dormir de mayo a agosto desde hace tres años, más bien parecía un establecimiento de alto standing. La chica se mostraba entusiasmada con la idea, sobre todo cuando el muchacho le relató que muchas noches se improvisaban conciertos. «¡Me encanta! Aquí donde me ves, he estado en el Viña Rock», le decía la muchacha que no dejaba de atusarse el pelo. Hubo incluso tiempo para pedir consumiciones en el avión, esas que no son nada económicas, echar un brindis y hacerse las últimas fotos antes de aterrizar. Pisar el tren de aterrizaje la pista de Es Codolar y gritar «Welcome to Ibiza!». De esta conversación fui testigo en mi viaje de regreso a Eivissa esta semana. En fin, comienza la temporada.