Luna. Así se llamaba la perrita protagonista de una desgraciada historia que puso el foco sobre otra cruda realidad. Apenas llevaba cuatro días en Eivissa cuando conocí la otra cara de la isla. A Luna, un desalmado la pateó y lanzó al vacío desde una segunda planta de un edificio inacabado y ocupado en es Viver. Antes de trasladarme a Eivissa había estado cerca de un mes buscando alojamiento y al final encontré una solución compartida en Portinatx. Encontrar una vivienda en la isla era algo parecido a subir las 21 curvas de Alpe d’Huez. Con el paso del tiempo he visto que va más allá, para muchos es como alcanzar la cima de los 8.091 metros del Annapurna.

Annapurna, en sánscrito, es el nombre de la diosa del abundancia. Eivissa es una isla donde abundan muchas riquezas pero escasea una materia vital: la vivienda.

Resulta paradójico que, en los tiempos que corren, hayan tantas posibilidades de encontrar trabajo pero tengas que rechazarlo por la falta de casas o los desorbitados precios que llegan a pedir por un alojamiento derivado de esa escasez de la oferta. Es la pescadilla que se muerde la cola. En la mayoría de los casos estamos hablando de unos pocos metros cuadrados que no suelen ir más allá de una habitación, un baño y una cocina.

El problema de la vivienda en Eivissa llega a ser endémico y desemboca en situaciones como las que hemos conocido esta semana en Sant Carles o en Can Misses. El afloramiento de poblados es la consecuencia de la falta de viviendas y la irregularidad en que se mueve el mercado del alquiler en la isla. La situación, lejos de corregirse, empeora año tras año y vemos aberraciones como pagar 500 euros por un colchón o gente que alquila su terraza. Es el momento de buscar soluciones y actuaciones de los gobernantes. Lo dicho, sin techo no hay paraíso.