Lo de ‘estacionar de oído’ es una praxis, por desgracia, demasiado extendida entre muchos conductores, que consiste en valerte del resto de vehículos que hay cerca para aparcar el tuyo. También es conocida como ‘aparcar al toque’ porque parece que solo a base de golpecitos eres capaz de estacionarte dentro de tu propia plaza de aparcamiento. Claro que no se trata de coches de choque, sino de chapa y pintura que se abollan y desconchan con cada bandazo.

Inevitablemente, cuando algo malo te ocurre, después te marca y ya no ves las cosas con los mismos ojos, o le prestas más atención a lo que antes pasaba desapercibido ante ti. Fue hace una semana cuando al ir a coger mi coche me encontré con que me habían dado, lo que algunos suavemente llaman, ‘un beso’; solo que no fue por la espalda pero sí a traición. Estaba mi pequeño y, bastante nuevo, Ford K estacionado cuando un todoterreno aparcando marcha atrás me lo estrenó. Un añito recién cumplido y ya con el ojo morado, o lo que es lo mismo, con la matrícula delantera magullada por culpa de la dichosa bola del remolque y el poco tacto de un conductor que, tras el choque, no fue si quiera capaz de dejar una nota con su número para que lo arreglasen los seguros.

No sólo abolló de mala manera el coche sino que del golpe también desencajó la rejilla que protege el radiador. En peores condiciones he visto muchos otros, pero a cada uno le duele lo suyo y más si no tienes culpa ninguna del golpe. Por suerte, todo se quedó en un susto que ha podido enderezarse, pero ahora no puedo evitar ir escrutando vehículos, que por suerte aún continúan intactos. Al igual que también me fijo en todos los cafres –y en esta isla abundan– que ilegalmente circulan con la dichosa bolita y sin ningún cuidado, dejando a su paso otras matrículas que, al igual que la mía, han sufrido las consecuencias.