Una vez más una tragedia aérea. Una vez más la sombra del Estado Islámico y del terrorismo tiñendo de rojo la vida de una gran cantidad de personas que nada tienen que ver con sus fanatismos.

Fui, y en algún punto lo sigo siendo, parte de la familia aeronáutica que a pesar de muchas veces trabajar en condiciones muy duras suelen estar unidos por un gran compañerismo. Este tipo de pesadillas son especialmente duras para los del gremio. Pensar en los colegas que atendieron a esos pasajeros deseándoles «buen vuelo», a los que trataron con la tripulación saludándolos con un «hasta luego» porque seguramente en unas horas aterrizarían allí nuevamente para realizar algún otro salto encoge el corazón. Pero lamentablemente esta concatenación de desgracias pareciera ir mas allá. Cuando no es un avión que desaparece del radar, es un aeropuerto que vuela en pedazos en el corazón de Europa, o es una sala de conciertos donde se acribilla al público. Van a por nuestras libertades, nuestra calidad de vida, nuestro estilo de vida occidental y nuestra capacidad de decisión. ¿Acaso el «reino del terror» ya está aquí? ¿Ya no seremos capaces de irnos de vacaciones, de viaje por placer o trabajo, de visitar a nuestros familiares? ¿Tendremos que vivir encerrados? ¿Dónde? ¿Hay solución? Espero. Pero también me pregunto cómo es posible que un equipo de guionistas como los de la quinta temporada de Homeland hayan sido capaces de retratar casi a la perfección hechos que paralelamente se estaban viviendo en el mundo real y las diferentes instituciones con supuesta capacidad para evitarlo no lo lograron. Además de las víctimas, lo peor de todo es que en un punto están logrando efectivamente limitar nuestra libertad. Ahora es casi imposible estar en una estación de una gran ciudad europea y no pensar en los guionistas de Homeland y de la vida misma.