El Evangelio nos habla de la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Jesús se siente profundamente conmovido por el sufrimiento de una madre que ha perdido lo único que le quedaba: su propio hijo.

Ante las lágrimas de una madre, lo primero que hace el Señor es consolarla. No llores, le dijo. Es como darle a entender que no sufra porque el ha venido a traer a la tierra el gozo y la paz. Luego realiza el milagro, manifestación del poder de Cristo Dios. Antes se ha conmocionado en su alma, manifestación evidente de la ternura del corazón de Cristo Hombre. El gozo de la madre al recuperar a su hijo recuerda la alegría de la Santa Madre Iglesia por sus hijos pecadores que vuelven a la vida de la gracia. El pecado ofende a Dios, pero además nos acarrea lo peor. Perdemos la gracia y la amistad de Dios. Pero el Señor sigue amándonos, y por la fe y la penitencia volvemos a los brazos de Cristo que nos espera a todos para darnos un abrazo de perdón y amor. El pasado viernes la Iglesia celebró la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. El corazón es símbolo del amor y el centro de la persona y de sus sentimientos. El Sagrado Corazón expresa el amor de Jesús que llega al extremo de dar su vida para salvar a todos.

El Corazón eucarístico de Jesús, nos da la gran alegría de poder tenerlo con nosotros, adorarlo y permanecer en su compañía. Ir a Jesús es creer en El porque al Señor nos acercamos por la fe. En el Sacramento de la Eucarístia Jesús está realmente presente con su cuerpo glorioso como está en el Cielo. Se ofrece al Padre por nosotros y se nos da en alimento. El alimento corporal sirve para la vida en este mundo; el espiritual sostiene y desarrolla la vida sobrenatural, que continúa para siempre en el Cielo: “ En verdad os digo que no os dio Moisés el pan del cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del cielo.

¡Señor, danos siempre de este pan! ( Jn, 6, 32-43). Jesús es quien realmente sacia todas las nobles aspiraciones del hombre.