Resulta curioso cómo reaccionan las personas en general y los partidos en particular cuando se aborda el tema de las libertades. La mayoría se considera ‘liberal’ en el sentido positivo del término y casi nadie se mostrará partidario de limitar las libertades. Pero a la hora de gobernar las cosas cambian. Ya nos lo decían las monjas –casi siempre tan rígidas para todo– cuando éramos pequeñas, que una cosa es la libertad y otra el libertinaje, algo intolerable para ellas. Pues de este pelaje parecen ser quienes gobiernan, aficionadísimos como pocos a coartar libertades en general. Dirán que es por el bien común, que la libertad de unos acaba donde empieza la de los otros y toda esa sarta de tonterías que sirven para defender la imposición pura y dura, el afán de controlarlo todo, de obligar y de prohibir. Qué lejos ¿no? de aquel mayo del 68 que seguramente dicen añorar, cuando se loaba el prohibido prohibir. En fin, el caso es que les encanta prohibir. Además parece que sin ton ni son. Ahora el enemigo son los cruceristas, turistas que no traen más peligro que el deseo de conocer una ciudad, un paisaje, un lugar hermoso como el que les ofrecemos. Y para seguir en la misma tónica prohibidora a tope añadimos a los hoteleros del ‘todo incluido’. A ver, si un señor desea pasar sus vacaciones en un ‘todo incluido’, estupendo, ¿por qué no? Ah, no, que les molesta que se queden en el establecimiento y los bares de al lado no ganen dinero. Pues mala suerte. La vida es así. Siempre que el hotelero cumpla las leyes y ofrezca la calidad exigible, que opte por el modelo que le dé la gana, que le resulte más rentable o lo que sea. Gobernar es otra cosa. Hay grandes problemas generales y se necesitan grandes soluciones. Convertise en el clásico ‘tocapelotas’ que se detiene obsesivamente en los detalles y no ve el conjunto sólo conduce al hastío y, por supuesto, a la ineficacia.