Siéntense a pensar en las grandes mentiras que les han contado a lo largo de su vida. Esas que en momentos trascendentales les hicieron creer en alguien, en algo o que les llevaron a confundirse de camino por juicios externos o voces ajenas.

«La selectividad marcará tu camino». «Debes elegir con tiento la carrera que escoges y tu primer trabajo porque serán para siempre». «El abuelo se ha ido al cielo». «El pollito se ha ido volando… ahora cómete ese muslito cariño». «No quiero ser el primero, quiero ser el último». «Yo nunca te haré daño». «Confía en mí». «Si me votas prometo mejorar las cosas»…

Son tantas las grandes mentiras que nos han contado desde que comenzamos a comprender las cosas que intentar enumerarlas sería imposible. Eso sí la gran mentira, la que prevalece sobre todas, es la que nos hace creer que las cosas son así y que no podemos cambiarlas. Todo, absolutamente todo lo que nos rodea, puede romperse. Incluso la propia vida. Hay un maravilloso libro feliz, un calificativo que uso para aquellas novelas que terminan con sabor a tableta de chocolate pero que no engordan, llamado «El despertar de la Señorita Prim», de Natalia Sanmartín, que despierta al alma libre dormida en los lectores y les recuerda que en su mano está algo tan básico como ser felices. ¿Es realmente necesario trabajar 14 horas al día interpretando el papel de una persona que no eres, porque te lo marca un puesto de trabajo o te formaste en ello? ¿Y si lo dejásemos todo y nos dedicásemos a vender libros, a amasar pan, a confeccionar trajes o a dar clases de tango? ¿Por qué no podemos montar un huerto, ver amanecer y atardecer cada día y adoptar a doce gatos? ¿Quién tiene el manual que indica lo que es correcto y cómo y por dónde debemos transitar en esta vida que es una, nuestra e intransferible?

La selectividad no me marcó en absoluto, solo me dejó muchos nervios, una gastroenteritis y recuerdos difusos sobre conocimientos que he olvidado. Tengo muchísimos amigos que cambiaron de carrera varias veces, que se dedican a algo totalmente diferente a lo que estudiaron y que cambian de trabajo con la misma facilidad que de pareja. Mi abuelo falleció, no está en el cielo, y prefiero pensar que se reencarnó en un joven mochilero que hoy, a sus 20 años, recorre el mundo ávido de conocimientos con unos inmensos ojos verdes del tamaño de su corazón. A mi pollito me lo cargué yo sin querer, por quererlo demasiado, y mi madre no pudo cocinarlo porque no le dio tiempo. El primer hombre de mi vida solo me duró siete años y espero que el actual sí que sea el último y el definitivo. Muchos de los que decían quererme me hicieron daño, en algunos casos también se lo hice yo, y del mismo modo seguiré confiando en las personas hasta que me demuestren que no son dignas de mi confianza, aunque algunas no sepan respetar algo tan puro como la amistad. Mi conciencia duerme fenomenal por las noches y gracias a ese carácter tengo una maravillosa pandilla de locos con los que compartirlo todo. Aun no sé si votaré el 26 de junio, es la primera vez que me planteo no hacerlo, total la gran mentira grita en mi cabeza que no servirá de nada, porque para cambiar las cosas es fundamental querer hacerlo.