A los españoles les gusta batir récords, normalmente en cuestiones completamente absurdas o nefastas, porque los récords buenos los ostenta gente más seria en cosas que requieren esfuerzo y compromiso. Lo de aquí es más el folclore, el chismorreo, la tontería supina, el chiste malo, la maledicencia, la envidia y el desprecio a todo lo que, por contra, entra dentro de la excelencia, del esfuerzo de superación, del análisis, de la cultura, del arte y de la buena educación. Así nos va. El récord de hoy es de traca: líder mundial en densidad de bares. Sí, a número de bares por habitante no nos gana nadie. En ningún sitio. Tenemos 260.000 donde elegir para ver el partido –de fútbol, por supuesto– o los gritos indecentes de los biempagados inquilinos de Sálvame o similar. Tocamos a uno para cada 175 vecinos y eso sin descontar a los niños, los enfermos o los que, sencillamente, tienen cosas mejores que hacer. El dato viene al pelo para comentar otro tristísimo titular de esta semana: «Las familias baleares disparan el gasto en alcohol, tabaco y ocio». Los datos revelan que el primer impulso de la gente en cuanto la crisis económica ha aflojado un poco la presión ha sido irse a celebrarlo... al bar. A colocarse. El consumo de bebidas alcohólicas, tabaco y narcóticos se disparan un 13 por ciento. Quizá los españoles echaban de menos la fiesta perpetua en la que les gusta vivir, pero no parece muy edificante que en cuanto tienen dos duros en la cartera corran al bar a bebérselos. Especialmente cuando el dinero escasea. O, peor aún, a la farmacia a por narcóticos. No quiero ni pensar lo que dirían las estadísticas si éstas reflejaran el gasto en otras drogas ilegales. Seguramente este país batiría otro de esos récords patéticos que tan bien lo retratan. ¿A alguien le sorprende que los únicos negocios que abren últimamente sean bares? A ver quién es el valiente que abre un teatro.