Pasé mi infancia en un piso ubicado junto a la plaza de toros de Palma. En aquellos años (década de los 70) había corridas cada domingo durante los meses de verano. Cada domingo, además, veíamos desde el balcón de casa cómo se llevaban los toros muertos hacia el matadero en una furgoneta que estaba totalmente abierta. Cuando iba a comenzar la última faena de la tarde, los encargados de las puertas dejaban que los niños pudiésemos entrar a ver lo que acontecía en la plaza. Una auténtica barbaridad si se ve con la mentalidad de ahora, pero las cosas se ven de diferente manera. La muerte del torero Víctor Barrio el sábado ha sido una noticia de gran impacto y que ha vuelto a reabrir la polémica sobre la continuidad de la fiesta del toro. Yo tengo mis dudas. Por una parte recuerdo aquellos años y me resisto a que pueda acabar lo que vivíamos tan intensamente cada domingo de verano. Ahora en Palma se celebra una corrida de toros y, desde el punto de vista económico, no es rentable. El resto del año, la plaza se utiliza para algún evento musical, pero tampoco reúne las mejores condiciones de seguridad. De la muerte de Víctor Barrio se han dicho muchas barbaridades en las redes sociales (el pan nuestro de cada día) pero yo me pregunto si el espectador que acudió el sábado a la plaza de Teruel pagó una entrada para ver morir un torero en plena faena. Porque cuando Víctor Barrio cayó al suelo, tras ser corneado en los pulmones y en el corazón ya estaba muerto. Solo por eso haríamos bien en pasar página con las corridas de toros. No vale la pena.