Era aproximadamente al año 2005 cuando las compañías aéreas ‘low cost’ irrumpieron en el mercado pateando el tablero de la aeronáutica, española sobretodo, por los aires. Más de uno abrió los ojos como platos porque podía comprarse un billete de avión por supuestos 20 euros. Pero no nos confundamos, no era la revolución socialista del sector ni mucho menos. No tenía como objetivo que todos pudieran acceder a una plaza o a unas vacaciones sino dinamitar los derechos laborales de un sector que contaba con condiciones dignas hasta ese momento, y la reducción de derechos por parte de los pasajeros ya que «por lo que pagan es lo que hay». En primer lugar, el supuesto reducido valor del billete tampoco es tal -y mejor no hablemos de esos descuentos de residente que a la hora de la verdad poco tienen de 50% menos-. En segundo lugar, esa reducción de costos sí se ha notado en el ‘backstage’, en el número y condiciones de todas aquellas personas que con su trabajo hacen que un avión cumpla con su horario en los parámetros de calidad y seguridad que tocan. Este último punto también se vio golpeado duramente por ese gran enemigo: las prisas por cumplir los ínfimos tiempos de escala. El aeropuerto de Eivissa se ha convertido en una vorágine de prisas, empleo precario, condiciones de trabajo rebajadas casi a la esclavitud y mal humor, donde el apuro por «sacar los aviones» se devoró la calidad del trabajo y, en muchos casos, la seguridad en plataforma, con el beneplácito de un sector empresarial que de la mano del «sino lo hará otro» asfixian al personal con turnos abusivos, con más de un equipo obsoleto, con falta de descanso entre turnos y con personal insuficiente. Veo normal que las excedencias estén a la orden del día, las demandas, los recursos ante la justicia y las huelgas en la agenda de los sindicatos. Algo tiene que cambiar antes de que suceda alguna fatalidad.