Visto el juego de excusados –que no de tronos– en el seno del PSOE, el temor de Francina Armengol, ese mismo que intenta exorcizar a base de pedir a su Pedro Sánchez que pacte con Pablo Iglesias y los soberanistas catalanes, empieza a vislumbrarse como una posibilidad cierta. Todavía no es real. Queda. Sin embargo, la decisión tomada per Felipe González hecho mujer en Susana Díaz inclina la balanza casi ya inexorablemente hacia el visto bueno a un nuevo gobierno del PP. Resulta difícil de creer. No obstante, parafraseando a Sánchez, hoy estamos más cerca de un nuevo gobierno que de nuevas elecciones. Aunque el nuevo sea el viejo. Este posible, incluso probable, escenario es el que más teme Armengol. Su partido convertido en muleta de la investidura de Mariano Rajoy le da escalofríos. Tanto por eso cuanto sobre todo por las consecuencias que podría tener la lucha por la hegemonía opositora entre, por un lado, ese PSOE pro Ibex-corona-PP y, por otro, Podemos. En el Govern no se cansan de repetir que bajo ningún concepto, de ninguna manera, ni por casualidad existe ni la más mínima posibilidad que una ruptura de hostilidades entre Sánchez e Iglesias pueda afectar a la estabilidad del Ejecutivo isleño. Cuando un político insiste tanto en negar algo que no tiene manera de controlar es que en el fondo está diciendo que le aterra que eso ocurra y que está convencido de que en efecto pasará. Es lo que acontece ahora con los jerarcas del PSIB. Inevitable sería que los cañonazos entre Podemos y PSOE en Madrid afectaran a los socialistas y podemitas en Palma. Si el primer año ha sido para el Govern complicado, difícil, propio de equilibristas, los siguientes tres –dos y medio, a duras penas, en realidad– podrían convertirse en un infierno, siempre a la espera de lo que ocurra en Madrid, amén de padecer en propias carnes las embestidas de las hordas moradas con ganas de martirizar a Armengol y compañía. Con el añadido nada baladí de que el PP dispondrá de un líder facultado para ejercer la verdadera oposición y dejar atrás la depresión post traumática electoral de 2015.