Mañana, 25 de julio, es una de las fiestas más importantes y hermosas que se celebran en España: la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono de España. Aunque en algunas comunidades autónomas de España este día no es tenido ya como fiesta civil, en gran parte de la gente del pueblo español, que se ha criado y crecido con ese concepto, es considerado como un día significativo. Entre nosotros, desde hace años, se tiene como una fiesta local importante en la Isla de Formentera, recogiendo así la tradición de los años en que se vivía ese día.

Otra tradición que tiene que ver con Santiago Apóstol es el llamado “Camino de Santiago”. Esta tradición ha significado en la historia de Europa un buen elemento de unidad. El hallazgo de las reliquias del primer Apóstol mártir hizo encontrar un punto de referencia que unía distintos pueblos cristianizados y necesitados de unidad. En la Edad Media, Santiago, junto con Roma y con Jerusalén, fue uno de los lugares más elegidos para las peregrinaciones. En España los dos Papas que la han visitado, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, han ido a Santiago. Y entre nosotros todos los años recibo noticias buenas de jóvenes y algunos no tan jóvenes de Ibiza y Formentera que hacen el Camino de Santiago.

¿Quién fue el Apóstol Santiago? Santiago de Zebedeo o Santiago el Mayor fue uno de los primeros discípulos en derramar su sangre y morir por Jesús. Miembro de una familia de pescadores, hermano de Juan Evangelista -ambos apodados Boanerges (‘Hijos del Trueno’), por sus temperamentos impulsivos- y uno de los tres discípulos más cercanos a Jesucristo, el apóstol Santiago no solo estuvo presente en dos de los momentos más importantes de la vida del Mesías cristiano -la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el huerto de los Olivos-, sino que también formó parte del grupo restringido que fue testigo de su último milagro, su aparición ya resucitado a orillas del lago de Tiberíades. Tras la muerte de Cristo, Santiago, apasionado e impetuoso, formó parte del grupo inicial de la Iglesia primitiva de Jerusalén y, en su labor evangelizadora, se le adjudicó, según las tradiciones medievales, el territorio peninsular español, concretamente la región del noroeste, conocida entonces como Gallaecia.

Algunas teorías apuntan a que el actual patrón de España llegó a las tierras del norte por la deshabitada costa de Portugal. Otras, sin embargo, dibujan su camino por el valle del Ebro y la vía romana cantábrica e incluso las hay que aseguran que Santiago llegó a la Península por la actual Cartagena, desde donde enfiló su viaje hasta la esquina occidental del mapa. Tras reclutar a los siete varones apostólicos, que fueron ordenados obispos en Roma por san Pedro y recibieron la misión de evangelizar en Hispania, el apóstol Santiago regresó a Jerusalén, según los textos apócrifos, para, junto a los grandes discípulos de Jesús, acompañar a la Virgen en su lecho de muerte. Allí fue torturado y decapitado en el año 42 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea. Se cuenta que un escriba amigo suyo, lo traicionó, pero luego éste se arrepintió y le pidió perdón antes de la ejecución. Santiago le dijo: «La paz sea contigo», lo abrazó y lo bautizó. Ambos fueron decapitados juntos.

¿Qué nos enseña Santiago, el Mayor? Pues viendo su historia nos enseña a vivir nuestra fe con autenticidad; a ser testigos del Evangelio con nuestra vida, a cumplir con nuestra misión dentro de la Iglesia: extender la Palabra de Dios a todos los que nos rodean. Asimismo a cumplir con nuestra misión cueste lo que cueste, ya que a él le costó el martirio. A ser fieles a Jesús y su Iglesia. Nosotros somos fieles a la Iglesia obedeciendo al Papa y ayudándolo en la tarea de la Nueva Evangelización. A confiar en Dios y a sabernos abandonar en sus manos. A perdonar a nuestros enemigos, a amar a aquél que me ofendió, a aquél que me ha hecho sufrir. Y como discípulo que fue de Jesús a ser misericordiosos como Jesús lo es.

A todos, pues, en Ibiza y Formentera: buena fiesta de Santiago y que sea un día de crecimiento de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra misericordia hacia los demás como Dios la tiene con nosotros, con cada uno de nosotros.