A la hora de explicar este mundo acelerado, me gusta describirles a mis alumnos el espíritu de la Modernidad con una especie de lema inventado: "Hacer todo lo posible, lo antes posible y lo más rápido posible". Con semejante postulado como guía no es de extrañar que el sueño nacido en el Renacimiento y puesto en marcha con la Ilustración haya alcanzado en pocas generaciones su punto de saturación. Una economía que crece al 3% anual se duplica cada 25 años, y quien entienda la función exponencial sabe de qué estoy hablando. No es concebible un crecimiento perpetuo de casas, hoteles, puertos, yates, autopistas, coches –propios y de alquiler– y aviones. No se puede crecer infinitamente en un planeta finito.

Esta actividad febril del ser humano provoca más gases de efecto invernadero que nunca en el pasado, y por tanto calor, mucho calor: el célebre cambio climático. De hecho, y como ejemplo cercano, el Pla de Mallorca está en alerta por sequía, saturado de calor, y estamos en alerta amarilla por calor en toda Mallorca. El año pasado ha sido el más cálido de la historia y éste amenaza con romper el récord (y si no lo hace éste lo hará, sin duda, el próximo). Con tanto calorcillo humano, proliferan las plagas de medusas, cucarachas y especies invasoras, como pueden leer estos días en prensa. Y todo esto es sólo el principio de un colapso anunciado.

Hay partidos políticos que empiezan a reclamar un límite de plazas turísticas en las islas. Desde luego, no es sólo un problema que suceda en Balears. De hecho, pese a la palpable congestión, aún nos queda cierto trecho para ser Hong Kong, Bombay o Ciudad de México. La saturación urbana es un aspecto fundamental de la famosa globalización. Hace apenas cien años podíamos hablar de un mundo vacío que, como el mandato bíblico ("creced y multiplicaos"), parecía incitar a poner el planeta bajo entera disposición de los humanos ("el rey de la Creación"). Hoy, más que en un mundo lleno, nos encontramos en un mundo definitivamente saturado. Estamos saturados físicamente y también estamos desbordados con la información que tanta actividad frenética genera. Otra forma de vida tiene que ser posible. Hay demasiado movimiento, demasiada aceleración, demasiado calor, demasiadas medusas y demasiadas cucarachas.