Casi sin darnos cuenta nos hemos plantado en el mes de agosto, esos 31 días caniculares en los que medio país trabaja frenéticamente –en el sector turístico– para que el otro medio se tumbe a la bartola sin hacer nada. Instituciones y profesionales echan el cierre para dejar pasar el tiempo mirando las moscas y tomando el sol, en la mejor tradición tropical. Pero este año, extrañamente, la política no puede detenerse, porque el país lleva ocho meses sin gobierno y parece que en Europa empiezan a mosquearse.

No porque nosotros estemos sin gobierno –siempre hemos sido un país tirando a ácrata y en el fondo nos da bastante igual peras o manzanas–, sino porque le corresponde al Ejecutivo tirar para adelante con las obligaciones impuestas por Bruselas y a este paso se van a quedar en el aire. De ahí que los políticos y muchos periodistas tertulianos insistan en la urgencia de que se produzca la dichosa investidura que dé comienzo a una nueva legislatura, que ya se prevé de antemano corta y llena de dificultades con todo un Parlamento en contra. Entre tanto, la mayor parte de los ciudadanos pasa del tema y muchos manifiestan abiertamente que no se vive tan mal sin gobernantes. El caso es que la desidia típica del verano se cuela también en las altas esferas madrileñas y los grandes protagonistas del pasado fiasco electoral –Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus adláteres–, que hace seis meses se disputaban cámaras y programas televisivos para lanzar sus proclamas y poner sus condiciones para bailar, han decidido colocarse en un segundo o tercer plano discretísimo y no dicen ni mu. Rajoy, solo ante el peligro, en su habitual línea galleguiña, maniobra sigilosante en la sombra con la única baza que le queda: convencer a Rivera de que le apoye, mientras éste se deja seducir con indolencia, sin perder de vista a vascos y catalanes, siempre ávidos de algún privilegio más.

Una película a cámara lenta que se perpetúa en los telediarios sin que nadie logre ver un resultado fiable. El espectro de las terceras elecciones va tomando cuerpo, aunque to- dos dicen denostarlo, porque no olvidan que el socialismo cayó de 90 a 85 escaños y Podemos se dejó en el camino un millón de votos en seis meses, mientras el PP afianzaba posiciones. Aunque una tercera convocatoria es impredecible, quizá sólo le convenga a la derecha.