La política tiene mucho de teatro. Valen más los gestos y las palabras que la realidad pura y dura. Es más trascendente un silencio que una palabra a destiempo. Lo que estamos viviendo con las negociaciones para la investidura de Rajoy tiene mucho de teatro, pero sus actores son muy malos, de los que ninguno de nosotros perdería una noche de sábado para ir a ver su función. A Rajoy, por ejemplo, hay que analizarlo por lo que no dice más que por sus palabras. No conviene infravalorar al líder del PP porque tiene mucha experiencia y sabe medir sus tiempos, pero transmite poco al ciudadano. Si tiene un plan para ser presidente, no lo mostrará públicamente hasta el último momento. Eso en política está bien porque estamos hartos de ver políticos parlanchines que hablan todo el día y tienen muy poco que contar. Pedro Sánchez es la imagen del fracaso. Si se abstiene lo tiene jodido. Si vota no, lo tiene fatal. Porque el líder del PSOE, al que se agarran incomprensiblemente muchos dirigentes socialistas como si fuera el Mesías, está condenado al abismo si se repiten las elecciones. Volverá a perder votos y Díaz, Vara y otros barones socialistas, por no hablar de González, Rubalcaba, Borrell y Almunia, no le permitirán ni una más. Las terceras elecciones serán la tumba para Pedro Sánchez e imagino que él lo sabe. Rivera, por el contrario, está en la tesitura de apoyar un gobierno del PP y ser eclipsado o, por el contrario, tener perfil propio. Parece que Rivera aún está pensando qué hace. En cambio, la gran sorpresa de las últimas semanas es Pablo Iglesias, que ha aprendido a callar porque ya ha visto que hablar más de la cuenta le supone perder votos. Aún así, apuesto por un gobierno en un par de semanas aún a riesgo de equivocarme. Unas terceras elecciones son mal negocio para Sánchez y los socialistas se juegan demasiado. Hablar de un gobierno progresista es un auténtico disparate.