Es una perogrullada. Pero hay que recurrir a ella para explicarlo. Quien está jugando es el PP. No el PSOE, Podemos… ni siquiera, apurando, Ciudadanos. Todos estos, como máximo, reciben las cartas que reparten los conservadores a su conveniencia. Por mucho que se insista en la presión sobre Pedro Sánchez no se altera lo obvio. El PP es quien debe jugársela. Depende, es cierto, de lo que hagan los socialistas. Pero es que por esto mismo resulta sorprendente que tras seis semanas de haberse abierto las urnas Mariano Rajoy y sus colegas sigan instalados en esa extraña forma de hacer política, de en lugar de buscar a las claras un acuerdo y si no es posible, asumirlo, pretender lograr su objetivo a base de presiones de terceros sobre la cúpula del PSOE. Es verdad que Pedro Sánchez no podrá aguantar su triple no –al PP, a nuevas elecciones y a un gobierno de izquierdas con independentistas– y que en algún momento tendrá que decidir qué tercio rectifica. No tienen el mismo peso político las tres negaciones. No cabe ninguna duda de que el mayor riesgo para los socialistas consistiría en desdecirse del no al PP. Es decir, permitir por pasiva –abstención general o de algunos diputados, o ausencias en suficientes escaños– que Rajoy siga gobernando. A efectos prácticos daría lo mismo que lo brindara de una forma u otra. Sería darle toda la munición de la guerra a Podemos. Y precisamente es esta negación la que quieren los conservadores que mude. De ahí esa presión continuada a través de los Felipe González, Alfonso Guerra y demás ilustres representantes del PSOE antiguo. Da la sensación que poco mella hace esta vía en Sánchez y sus colegas de dirección. Si permiten el gobierno de Rajoy están perdidos. Y su resistencia –al menos hasta ahora- es razonada y razonable. Porque quien tiene que jugar es el PP.