Si en su día no caí en la ‘tentación’ de calzarme unas ‘Buffalo’ de medio palmo de suela ahora tampoco me sumaré a la moda de criticar al turismo, por lo que éste no será uno de los numerosos artículos que maldicen la gran cantidad de turistas que, por suerte, visitan nuestras islas año tras año. Sí, a mí también me molesta pasarme tres cuartos de hora en el coche para un trayecto que en el mes de febrero no tardas más de siete minutos. Sí, a mí también me gustaría llegar a Platges de Comte, que no hubiera nadie a mi alrededor y que de los altavoces de los chiringuitos sonara en bucle la versión de ‘Jo tenc una enamorada’ de Ressonadors. O que las calles de Vila dejaran de oler a orín y la cola para entrar al Museu Arqueològic de Puig des Molins llegara a s’Alamera. Pero no es así; la mayoría de nuestros turistas vienen aquí para ponerse morenos en la playa y salir de fiesta por nuestras discotecas. Y no piensen que soy de los que creen que las cosas no pueden ser de otra manera en Eivissa sino que el cambio debe empezar por nosotros mismos. Tolerancia cero con los que ensucian nuestras calles y nuestro mar, con los que encienden fuegos en verano, con los que abusan alquilando balcones, con los que se creen que la carretera es suya y con los que creen que esta es una isla en la que todo vale. Como decía el presidente de los hoteleros, Juanjo Riera, los ibicencos tenemos la sensación de que en verano Eivissa se nos escapa de las manos. Volvamos a coger las riendas de nuestra isla y llevémosla por el camino que nosotros queramos. Todavía estamos a tiempo.